Niños desnudos jugaban el lunes por la noche entre la arena y la basura mientras la ropa y los zapatos se secaban colgados de los árboles junto al río Suchiate, que suele ser una frontera porosa salpicada de balsas que llevan personas y mercancías de un lado a otro.
Varios hombres asaban un pez en una pequeña hoguera bajo el puente fronterizo, y otros migrantes descansaban bajo mantas en las orillas o en tramos secos del lecho del río, sin saber qué les depararía el futuro.
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La ruta de la comitiva se vio bloqueada el lunes por soldados mexicanos con escudos antimotines. Unos 100 guardias nacionales mantuvieron la línea durante la noche. Pero regresar a casa, a una Honduras empobrecida y asolada por las pandillas, de donde procedían la mayoría de los migrantes, era impensable.
'Estamos en tierra de nadie', dijo Alan Mejía, que acunaba en brazos a su hijo de dos años, vestido sólo con el pañal, mientras su esposa, Ingrid Vanesa Portillo, y su otro hijo, de 12 años, miraban a la orilla. Mejía se sumó a otros cinco caravanas migrantes, pero nunca pasó de la ciudad fronteriza mexicana de Tijuana.
'Están planeando cómo desalojarnos y aquí no tenemos ni agua ni comida', dijo Portillo desesperada. 'Ya no hay esperanza de seguir adelante'.
A diferencia de lo que ocurrió con otras caravanas, no había indicios de ayuda humanitaria en camino para los que se quedaron bloqueados en el río.
Una multitud cruzó el lunes el río Suchiate hacia el sur de México, confiando en poner a prueba la estrategia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de mantener a los migrantes centroamericanos alejados de la frontera estadounidense.
El avance también puso a prueba la nueva política migratoria de México, iniciada el año pasado en respuesta a amenazas de aranceles comerciales de Trump, un cambio que en la práctica disolvió la última caravana el pasado abril.
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Algunas personas forcejearon con guardias nacionales en la orilla, mientras que otros se escabulleron entre las líneas de agentes y llegaron a una autopista rural, aunque la mayoría fueron detenidos más tarde. Varias personas fueron detenidas en la orilla o perseguidas. Algunos migrantes lanzaron piedras a la policía, que se cubrió con sus escudos de plástico y devolvió algunas piedras.
Sin embargo, la mayoría de los migrantes se quedaron en la orilla o de pie en el agua, intentando decidir qué hacer después de que por la mañana se les impidiera cruzar el puente que une Tecun Uman, Guatemala, con Ciudad Hidalgo, México.
'Nunca pensamos que nos recibieran así, nos trataron como perros', dijo Melisa Ávila, que viajaba desde la capital hondureña, Tegucigalpa, con su hijo de 12 años, y se estaba resignando a la perspectiva de pasar la noche al raso.
Siguiendo una estrategia trazada tras el paso de la primera caravana migrante a finales de 2018, las autoridades mexicanas parecían estar teniendo éxito evitando las irrupciones masivas dividiendo a la gente en grupos más pequeños. Durante el fin de semana, autoridades gubernamentales convencieron a unas mil personas de que entrasen de forma legal por el puente.
El Instituto Nacional de Inmigración emitió un comunicado indicando que cualquier migrante que entrase en el país de forma ilegal sería detenido, recluido en un centro de detención y deportado si no legalizaba su situación. Cualquiera que lograse cruzar la frontera podía esperar una sucesión de controles en la autopista.
Como se temía, los niños sufrieron en el caos de la jornada. En la orilla mexicana se evacuó a una niña de 14 años inconsciente para prestarle atención médica.
Más tarde, junto a la autopista, una madre lloraba tras darse cuenta de que se había separado de su hija más pequeña cuando los migrantes intentaban huir de las autoridades. Otra personas que la había ayudado cargando a su hija de cinco años corrió en otra dirección cuando la gente se dispersó, y no había logrado localizarlas.
De vuelta en el río, Ávila, que había hecho amistad con la mujer en un refugio de Tecun Uman, caminaba por la orilla mostrándole a todo el mundo una foto de la niña.
'¿No vieron a esta chavita? Pans azul, camisa beige y zapatitos rosas', preguntaba a otros migrantes.
El gobierno guatemalteco dio datos nuevos, indicando que 4,000 migrantes habían entrado en el país por los dos principales pasos fronterizos empleados por la comitiva la semana pasada, y que durante el fin de semana casi 1,700 habían entrado en México por dos pasos. Otros 400 fueron deportados desde Guatemala.
El Instituto de Inmigración indicó el lunes por la noche en un comunicado que unos 500 migrantes habían entrado de forma irregular en el país, y anunció el 'rescate' de 402, empleando su término habitual para las detenciones de inmigrantes. Los migrantes localizados serían trasladados a centros de detención y se les ofrecería atención médica.
Cinco miembros de la Guardia Nacional resultaron heridos, indicó el Instituto sin dar detalles.
Aunque México dijo que los migrantes eran libres de entrar en el país si lo hacían por los canales oficiales -y podían buscar empleo si querían quedarse y trabajar- en la práctica ha restringido la presencia de esos migrantes a los empobrecidos estados sureños mientras una anquilosada burocracia procesa sus casos.
Cuando empezaron a volar las piedras en el río el lunes, Elena Vásquez, que temía por la seguridad de sus dos asustados hijos, corrió de vuelta al lado guatemalteco, donde pasaría la noche. Agotada tras una semana de viaje, la mujer de 28 años procedente de Olancho, Honduras, prometió persistir y confió en que las autoridades mexicanas cambiaran de opinión.
'Yo voy a esperar el tiempo que se necesite, Dios nos abrirá las puertas', dijo Vásquez.
'La necesidad nos obliga otro día más, hay que esperar a ver qué pasa'.