TAPACHULA, MÉXICO.- Sin trabajo, hogar y hasta comida, los hondureños reviven la cotidianidad del país que abandonaron, mientras postergan su viaje a Estados Unidos.
Algunos llevan apenas una semana en México, pero el tiempo es lo que menos importa cuando sus sueños se ven truncados por las drásticas políticas migratorias en el país norteamericano, que también han tenido efecto en suelo azteca bajo la presión del presidente Donald Trump.
El hondureño Rolando Rodrigo llegó la semana pasada a la ciudad mexicana de Tapachula con su familia, en su camino hacia Estados Unidos.
Horas después de que los jefes diplomáticos de Estados Unidos y México estrecharan sus manos celebrando 'avances' para frenar la migración ilegal hacia el norte, Rodrigo deambula con su hijo de tres años por la plaza central de Tapachula pidiendo dinero para comer.
De 29 años, este hombre llegó apenas el viernes a México junto a Gadiel, de tres años, su esposa Miriam y su otra hija. La ruta que tomaron, evitando el fronterizo río Suchiate, responde al despliegue de seguridad lanzado por las autoridades locales contra los migrantes indocumentados, a exigencia de Estados Unidos.
Ahora viven en un modesto cuarto de hotel en esta localidad del sureño estado de Chiapas, que pueden pagar solo por unos pocos días más.
Los Rodrigo cruzaron por la zona del Tacana, un volcán de más de 4,000 metros justo sobre la frontera con Guatemala, cuya geografía escarpada y boscosa le ha ganado el apelativo de la Suiza chiapaneca.
Rolando asegura que pasaron 'sin nada de problemas' con la Guardia Nacional u otros agentes de seguridad.
'Como uno conoce bien el camino, entonces uno se la sabe jugar también', dice con leve altivez, mientras recapitula su trayecto, primero en combi, a las cuatro de la madrugada, y luego en otro autobús hasta Tapachula.
Desde finales de junio, agentes migratorios, militares y policías controlan permanentemente al menos nueve puntos habituales de acceso por el río Suchiate, frontera natural entre México y Guatemala, haciendo casi imposible lo que antes era un desplazamiento sencillo y cotidiano.
Un cruce más difícil
El cruce ilegal de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos escaló desde octubre a niveles inéditos incluso para las autoridades mexicanas, tradicionalmente tolerantes y omisas frente al fenómeno.
La furiosa reacción del mandatario estadounidense ante estos flujos alcanzó su clímax a finales de mayo, cuando advirtió que impondría aranceles progresivos a todas las exportaciones de México -vitales para su economía- si no frenaba el acelerado éxodo.
Bajo amenaza, México se comprometió con Washington el 7 de junio a reducir el flujo migratorio ilegal, desplegando para ello 6,000 soldados en su frontera sur y más de 15,000 al norte.
El canciller de México Marcelo Ebrard, que el domingo se entrevistó con su homólogo norteamericano Mike Pompeo, dijo que México logró una reducción del flujo migratorio hacia Estados Unidos de alrededor de 36.2% e indicó que ambos volverán a reunirse para hacer un nuevo balance en un plazo de 45 días.
Según el departamento de Estado, 'las detenciones en la frontera suroeste de Estados Unidos cayeron un 30% desde junio'.
Rolando y su familia no solo tuvieron que cambiar el fácil cruce del Suchiate por una travesía entre empinadas y neblinosas montañas, sino también el terco sueño de llegar hasta el país del Tío Sam... al menos por ahora.
'Se está poniendo más difícil porque hay tantos (agentes) de migración. Con mi esposa lo hemos pensado que queremos estar aquí por lo menos unos dos años', confiesa este joven padre, de ojos de peculiar color turquesa, que trabajaba reparando computadoras.
'Es la opción'
Mientras Rolando y Gadiel se pierden entre la multitud de la plaza, donde se reconoce a cubanos, haitianos e incluso indios y bangladesíes, José Jiménez, otro hondureño, intenta disfrutar el atardecer con su esposa Iris y su hija Aline.
Amenazado de muerte por los narcotraficantes que controlaban su barrio, prefirió renunciar a un trabajo estable y partir con sus mujeres a un lugar más seguro.
Cruzaron el Suchiate hace poco más de un mes, justo antes de que la estrategia mexicana entrara en vigor. Mientras la familia tramita en simultáneo la condición de refugiados y visas humanitarias, él sueña con su destino ideal al norte, pero no en Estados Unidos.
'Hija, ¿a dónde voy a trabajar yo?', le pregunta a la pequeña, de seis años. 'A Monterrey', responde la niña, de rizos negros.
Marido y mujer discrepan: Iris aún apuesta por Estados Unidos, pero José, que en 2007 trabajó dos meses en la próspera ciudad industrial mexicana, lucha por convencerla.
'Si no pudiera pasar para Estados Unidos, es la opción', agrega este experto soldador, quien por ahora sobrevive descargando camiones en el mercado de Tapachula, en jornadas de hasta 16 horas.
Mientras duermen juntos sobre una colchoneta, en una habitación que rentan a las afueras de Tapachula, esta familia de tres asimila los nuevos tiempos, donde el sueño americano podría convertirse en mexicano.
Algunos llevan apenas una semana en México, pero el tiempo es lo que menos importa cuando sus sueños se ven truncados por las drásticas políticas migratorias en el país norteamericano, que también han tenido efecto en suelo azteca bajo la presión del presidente Donald Trump.
El hondureño Rolando Rodrigo llegó la semana pasada a la ciudad mexicana de Tapachula con su familia, en su camino hacia Estados Unidos.
Horas después de que los jefes diplomáticos de Estados Unidos y México estrecharan sus manos celebrando 'avances' para frenar la migración ilegal hacia el norte, Rodrigo deambula con su hijo de tres años por la plaza central de Tapachula pidiendo dinero para comer.
De 29 años, este hombre llegó apenas el viernes a México junto a Gadiel, de tres años, su esposa Miriam y su otra hija. La ruta que tomaron, evitando el fronterizo río Suchiate, responde al despliegue de seguridad lanzado por las autoridades locales contra los migrantes indocumentados, a exigencia de Estados Unidos.
Ahora viven en un modesto cuarto de hotel en esta localidad del sureño estado de Chiapas, que pueden pagar solo por unos pocos días más.
Los Rodrigo cruzaron por la zona del Tacana, un volcán de más de 4,000 metros justo sobre la frontera con Guatemala, cuya geografía escarpada y boscosa le ha ganado el apelativo de la Suiza chiapaneca.
Rolando asegura que pasaron 'sin nada de problemas' con la Guardia Nacional u otros agentes de seguridad.
'Como uno conoce bien el camino, entonces uno se la sabe jugar también', dice con leve altivez, mientras recapitula su trayecto, primero en combi, a las cuatro de la madrugada, y luego en otro autobús hasta Tapachula.
Desde finales de junio, agentes migratorios, militares y policías controlan permanentemente al menos nueve puntos habituales de acceso por el río Suchiate, frontera natural entre México y Guatemala, haciendo casi imposible lo que antes era un desplazamiento sencillo y cotidiano.
Un cruce más difícil
El cruce ilegal de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos escaló desde octubre a niveles inéditos incluso para las autoridades mexicanas, tradicionalmente tolerantes y omisas frente al fenómeno.
La furiosa reacción del mandatario estadounidense ante estos flujos alcanzó su clímax a finales de mayo, cuando advirtió que impondría aranceles progresivos a todas las exportaciones de México -vitales para su economía- si no frenaba el acelerado éxodo.
Bajo amenaza, México se comprometió con Washington el 7 de junio a reducir el flujo migratorio ilegal, desplegando para ello 6,000 soldados en su frontera sur y más de 15,000 al norte.
El canciller de México Marcelo Ebrard, que el domingo se entrevistó con su homólogo norteamericano Mike Pompeo, dijo que México logró una reducción del flujo migratorio hacia Estados Unidos de alrededor de 36.2% e indicó que ambos volverán a reunirse para hacer un nuevo balance en un plazo de 45 días.
Según el departamento de Estado, 'las detenciones en la frontera suroeste de Estados Unidos cayeron un 30% desde junio'.
Rolando y su familia no solo tuvieron que cambiar el fácil cruce del Suchiate por una travesía entre empinadas y neblinosas montañas, sino también el terco sueño de llegar hasta el país del Tío Sam... al menos por ahora.
'Se está poniendo más difícil porque hay tantos (agentes) de migración. Con mi esposa lo hemos pensado que queremos estar aquí por lo menos unos dos años', confiesa este joven padre, de ojos de peculiar color turquesa, que trabajaba reparando computadoras.
'Es la opción'
Mientras Rolando y Gadiel se pierden entre la multitud de la plaza, donde se reconoce a cubanos, haitianos e incluso indios y bangladesíes, José Jiménez, otro hondureño, intenta disfrutar el atardecer con su esposa Iris y su hija Aline.
Amenazado de muerte por los narcotraficantes que controlaban su barrio, prefirió renunciar a un trabajo estable y partir con sus mujeres a un lugar más seguro.
Cruzaron el Suchiate hace poco más de un mes, justo antes de que la estrategia mexicana entrara en vigor. Mientras la familia tramita en simultáneo la condición de refugiados y visas humanitarias, él sueña con su destino ideal al norte, pero no en Estados Unidos.
'Hija, ¿a dónde voy a trabajar yo?', le pregunta a la pequeña, de seis años. 'A Monterrey', responde la niña, de rizos negros.
Marido y mujer discrepan: Iris aún apuesta por Estados Unidos, pero José, que en 2007 trabajó dos meses en la próspera ciudad industrial mexicana, lucha por convencerla.
'Si no pudiera pasar para Estados Unidos, es la opción', agrega este experto soldador, quien por ahora sobrevive descargando camiones en el mercado de Tapachula, en jornadas de hasta 16 horas.
Mientras duermen juntos sobre una colchoneta, en una habitación que rentan a las afueras de Tapachula, esta familia de tres asimila los nuevos tiempos, donde el sueño americano podría convertirse en mexicano.