Tegucigalpa, Honduras
Los archivos y los escritorios de la oficina comenzaron a moverse. Eso aterrorizó a Sara Cruz, una hondureña que tiene tres años de residir en Ciudad de México.
De 29 años y madre de un niño de tres años, la compatriota fue testigo directo del terremoto del martes 19 de septiembre, la misma fecha que se recuerda el 32 aniversario del sismo que mató a 10,000 mexicanos.
“Llevo casi tres años viviendo aquí en la colonia Doctores del Distrito Federal, nunca había sentido un terremoto como este. Me sentí aterrorizada”, relató a EL HERALDO Sara.
Se encontraba en su trabajo, en la colonia El Valle, y “acabábamos de realizar el simulacro que hacemos todos los años por el aniversario del sismo de 1985, regresamos a trabajar y es a eso de la 1:00 de la tarde que empezamos a sentir que empieza a temblar todo”.
Vio que los archivos y los escritorios de la oficina comenzaron a moverse y evacuaron el edificio.
“Ya cuando estábamos saliendo del edificio, escuchamos que empezó a sonar la alerta sísmica”, dijo la compatriota.
“Estábamos preocupados, asustados, no es una experiencia que se vive en Honduras o por lo menos de esa magnitud”, lamentó.
“La gente de los demás edificios comenzó a salir en orden, todos tranquilos, se sintió más fuerte que el del 7 de septiembre”, recordó Cruz.
“Nos dieron instrucciones de que esperáramos unos cinco minutos antes de regresar a las instalaciones”, explicó.
Sara pensó en el bienestar de su hijo y una vez que pudo movilizarse corrió hasta la colonia Roma, donde se encuentra la escuela.
“Habían muchas personas desesperadas tratando de buscar taxi, tratando de comunicarse, porque se cayó el servicio de teléfono celular, no entraban ni salían llamadas”, comentó la compatriota en su testimonio ofrecido a EL HERALDO.
“Yo estaba tratando de contactarme con la escuela de mi hijo, íbamos ya en el taxi, y podíamos ver que en la calle Gabriel Mancera se habían caído los transformadores de luz”, describió.
“El tráfico era una locura, yo normalmente a la escuela de mi hijo llegó en menos de 20 minutos, y ese día me tardé una hora”, manifestó Sara.
Al final encontró a su hijo muy atemorizado por el terremoto y una vez juntos se fueron hacia su hogar.
“Todo era una locura, no entraban ni salían vehículos, habían muchos edificios con cristales rotos, otros que colapsaron totalmente. Era un verdadero caos”, mencionó Sara.
“Es muy doloroso, sí se desarma uno al ver que hay atrapados en los edificios y pensar que pude haber sido yo o mi hijo”, reflexionó.
Para Sara, “una forma de ayudar es dejando a los cuerpo de socorristas que hagan su trabajo y también llevando víveres y materiales que se necesitan”.
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