El Diario la Jornada en México, en su página web, cuenta la conmovedora historia de un niño hondureño que decido tomar un largo camino hasta tierras Aztecas en busca de su hermana a quién no ve desde hace mucho tiempo.
Por la importancia de la nota, EL HERALDO la comparte con sus lectores de forma íntegra:
De Honduras, Gerardo no extraña nada, o casi nada. “Sólo quisiera saber qué fue de mi hermana María Elena, si está en buenas manos, si es feliz”. La última vez que la vio era una niña de cinco años y él tenía ocho, cuando su madre decidió seguir su camino sólo con ella. Cuatro años después el pequeño emigraría a México, en una ruta que pocos libran a salvo.
Ahora es un adolescente de 17 años, a punto de ser mexicano. A esa edad, en la que ya pasó por el abandono de sus padres, la explotación laboral y la migración, cree que ha vuelto a nacer: “mi vida pasada fue un fracaso, no sirvió para nada”, dice en entrevista. Pero se recompone y afirma: “yo no tuve la culpa; fue de mi familia y de quienes no me quisieron”.
Gerardo es originario de Lepaera, en el departamento hondureño de Lempira, un pueblo cafetalero. Delgado, no muy alto, habla siempre con tranquilidad de un pasado que ve lejano. Dice que es alguien muy alegre, pero tiene la mirada triste.
“Mi papás no estaban preparados para salir adelante con nosotros, así que se separaron”. Se quedó al cuidado de su madre, hasta que ella se hartó de andar conmigo y me quedé en la calle. Desde entonces no ha vuelto a saber de su familia.
“Me han preguntado cuál fue el motivo para dejarlos. Yo no los dejé, ellos me dejaron, por eso ahora estoy aquí en México, y estoy bien”, enfatiza. Poco después, un hombre del pueblo, al darse cuenta de que un niño de ocho años se encontraba en el desamparo, lo llevó a su casa, pero para explotarlo laboralmente.
Lo empleó de jornalero, recogiendo café y haciendo otros trabajos en la casa donde vivían. “A veces dormía nomás tres horas”. Así estuvo dos años, hasta que un conocido le propuso viajar a México, en busca de una vida mejor.
Luego de sortear muchos peligros en el sur de México, finalmente llegó al Instituto Poblano de Readaptación, ubicado en Atlixco, Puebla, donde ahora vive.
Cursa la secundaria y se siente seguro de que estudiará ingeniería en mecánica automotriz. Ahora sonríe