En las horas que siguieron al terremoto que devastó Haití el 12 de enero del 2010, los Thomas lograron sacar a sus hijos Chilo y Janeson de entre los escombros. Liberar a Rose-Berline, de dos años, fue mucho más complicado.
Su pie quedó hecho pedazos, pero sobrevivió con la ayuda de un médico cubano. Una organización caritativa francesa instaló a la familia en Canaan, un barrio de emergencia que surgió en un terreno desocupado a dos horas de la capital, donde vivían. Otra agrupación no gubernamental le consiguió a Rose-Berline una prótesis para la pierna y muletas.
Pasado el primer momento, los Thomas y otros cientos de miles de haitianos que sobrevivieron al terremoto quedaron librados a su suerte.
Al cumplirse el décimo aniversario del temblor, los Thomas viven en una casucha de mala muerte de dos cuartos que se inunda cada vez que llueve en Canaan, que pasó a ser el barrio de emergencia más grande del Caribe. Más de 300.000 personas viven allí, sin agua corriente, electricidad ni otros servicios públicos a pesar de las numerosas promesas de ayuda de ONGs, gobiernos extranjeros y las autoridades haitianas.
A Rose-Berline le quedan chicas la prótesis y las muletas. A los 12 años maneja la casa mientras su madre vende artículos para el hogar en la calle. La familia no tiene dinero para operar a la niña, que tiene una protuberancia en el hueso que le impide usar una nueva prótesis.
Para muchos, la suerte corrida por gente como Rose-Berline es una muestra de la incapacidad de los organismos de ayuda de terminar el trabajo que iniciaron o de promover cambios positivos con los miles de millones de dólares enviados a Haití después del terremoto, que mató a cientos de miles de personas y dejó a más de un millón sin techo. La cifra final de muertos todavía se debate.
“La comunidad internacional fue muy eficiente en los primeros tres o cuatro meses en la provisión de agua, carpas y albergues provisionales, medicina y alimentos”, dijo Leslie Voltaire, planificador urbano haitiano que trabajó para mejorar las condiciones en Canaan.
Cuando se le preguntó por la respuesta a largo plazo, ofreció una evaluación muy diferente.
Dijo que “fue un desastre”.
“Todos los desplazados están ahora en Canaan y otros barrios pobres. No tienen albergues reales. Se construyen viviendas por su propia cuenta, sin la guía del estado. Si hay otro terremoto, todo se viene abajo de nuevo”.
Voltaire trabajó con el ministerio de viviendas después del terremoto. Dice que propuso una serie de medidas para mejorar las condiciones en Canaan, incluida la construcción de carreteras y de instalaciones con servicios públicos, que hubieran reducido la necesidad de los residentes de la zona de hacer un largo viaje a Puerto Príncipe cada vez que deben hacer algo.
Sostuvo que ninguno de los recientes gobiernos hizo nada.
Un vocero del ministerio de viviendas declaró a la Associated Press que no podía comentar el tema y otros representantes del gobierno, incluido un portavoz del presidente Jovenel Moise, no respondieron a pedidos de comentarios.
A medida que se acercaba el décimo aniversario, varias ONGs dijeron que estaban muy preocupadas por las condiciones en que viven los sobrevivientes al terremoto y la población en general.
Médicos sin Fronteras, por ejemplo, dijo que los esfuerzos por mejorar los hospitales, clínicas y centros de salud habían sido casi abandonados al enfocarse la atención en otros sitios.
“La mayoría de los que ofrecieron ayuda médica humanitaria se fueron del país y el sistema médico de Haití está nuevamente al borde del colapso en medio de una creciente crisis política y económico”, declaró Hassan Issa, director de esa organización para Haití, en un comunicado enviado por correo electrónico.
Marie-Mislen Thomas, de 41 años, y su esposo Sadilor, un albañil de 48, sacaron un préstamo para pagar la escuela de sus cinco hijos. Después del terremoto tuvieron otros dos. Las edades de los siete van de los cuatro a los 14 años. La pareja terminó usando el dinero para satisfacer otras necesidades básicas mientras la economía del país se desmoronaba en el marco de protestas políticas que tienen casi paralizado el país.
Los hijos hace meses que no van a la escuela y se la pasan en las calles de Canaan.
“Mis chicos no van a la escuela. Juegan con otros chicos que son una mala influencia. Espero poder sacar a mis hijos de este barrio algún día, llevarlos a un sitio mejor”, dijo Marie-Mislene.
Rose-Berline es la mayor de las niñas y cocina y limpia la casa mientras su madre vende manteles y otros artículos en las cercanías. Dado que las muletas son demasiado pequeñas, se mueve de un cuarto al otro de rodillas.
“Rose-Berline es la que dirige la casa”, dijo Marie-Mislene. “Lo hace todo. Cocina, limpia, va al mercado a comprar alimentos”.
Rose-Berline afirma que su sueño es ser enfermera.
“Me gustaría poder ayudar a la gente en el futuro. Ojalá mi padre encuentre trabajo y nos ayude a terminar la escuela”, expresó.
Otros residentes de Canaan no tienen demasiadas esperanzas en el futuro.
Jean-Claude Jean, de 50 años, fue llevado a Canaan por personal de las Naciones Unidas y vive en una casucha de madera terciada con techo de chapa.
“Me dieron un albergue durante tres años y dijeron que era algo temporal. Ya han pasado diez años”, se quejó.
Él y su esposa venden carne de res y pollos desde retretes malolientes.
Hay una escuela pública construida por una ONG en Canaan, pero está cerrada porque no tiene maestros.
“Nos dejaron solos. Nadie nunca dijo nada. No hubo presencia del estado ni de la organización que nos trajo aquí”, dijo Jean.