UNGUIA, COLOMBIA.- Con brochas y paletas, una cuadrilla de mujeres indígenas escarba una capa de suelo en plena selva colombiana. Coordinadas por una suerte de Indiana Jones italiano, revelan los vestigios arqueológicos de la primera ciudad española de América fundada en tierra firme.
Lo que parece ser un antiguo muelle empedrado brota de la tierra al ritmo del tac, tac, tac de las palas contra las rocas. Se trata de una de las posibles entradas fluviales a Santa María la Antigua del Darién, la primera ciudad española fundada en suelo continental americano en 1510.
La mayoría son mujeres. Indígenas, negras y campesinas de la comunidad participan en los trabajos de excavación al mando del arqueólogo Alberto Sarcina, un italiano de botas de caucho y sombrero alón que desde hace una década reconstruye la historia de la primera capital hispánica en tierra indígena. Alrededor está la espesa selva del Darién que se extiende hasta Panamá.
“Me gusta encontrar cositas que ni uno sabe hacer (...) me imagino cómo sería antes, que hacían su propia arcilla y no tenían que comprarla. Eran muy ingeniosos”, dice a la AFP Karen Suárez (28 años), del pueblo embera, tras hallar una cerámica indígena bajo el antiguo embarcadero.
Cristóbal Colón llegó primero a la isla La Española (hoy República Dominicana y Haití) creyendo que era la India, en 1492. Desde allí dirigió expediciones a tierra firme y se crearon asentamientos efímeros, pero fue sólo hasta la fundación de esta ciudad que se trazó el proyecto de colonización.
Es uno de esos momentos “en los que la historia da un giro dramático (...) hay un antes y un después”, explica Sarcina, de 55 años.
“Aquí se empieza a desarrollar lo que será la conquista de todo el continente, aquí empieza el genocidio indígena (...) la llegada de poblaciones de África (...) el mestizaje y las resistencias a esa conquista”, añade el investigador del Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Rompecabezas
Sarcina recorre el parque arqueológico de unas 50 hectáreas, de las cuales 33 son la ciudad bajo tierra. Canta, silba y cada tanto se agacha a recoger azulejos, clavos antiguos o cerámicas de las comunidades prehispánicas expulsadas por españoles. El suelo es un grifo abierto de la historia de esta ciudad que duró 14 años y, en su mejor época, llegó a tener unos 5.000 habitantes.
La comunidad recibe una remuneración por excavar, alojar turistas en sus casas o restaurar piezas de la mano de expertos.
“Nos hemos sentido bien en este trabajo, beneficiamos un poquito (por) la economía y fuera de eso los aprendizajes y las informaciones de la historia de los antepasados”, sostiene el indígena Antonio Chamarra (40 años).
En su taller, el restaurador Gilberto Buitrago (67 años) va armando rompecabezas con las piezas halladas: vasijas, figuras humanas, monedas, dagas, utensilios. Mujeres le ayudan a limpiar y pulir piezas.
En un pueblo sin electricidad permanente, el restaurador y sus aprendices empiezan el día trabajando a media luz, con la linterna del celular.
“Usted puede decir: ‘Son un poco de piedras, unos caminos’. Pero no, ¡es la primera ciudad! y es una parte de la historia (...), un aporte muy importante para el mundo”, afirma Buitrago.