Cuando los habitantes de Pittsburgh apuraban el paso para ir a al trabajo este viernes, todos o casi todos estaban enterados de la noticia: para su desazón, el presidente Donald Trump había tomado a su ciudad como ejemplo para justificar el retiro del acuerdo de París sobre el clima.
'Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París', declaró Trump el jueves en la Casa Blanca.
'Tiene en la cabeza la idea de que el acuerdo perjudicaría a las industrias pesadas y la extracción minera, pero ya hace tiempo que no nos dedicamos a eso aquí', dice David Sandy, de 36 años, bajo la sombra de la gran torre de US Steel, uno de los símbolos de la antigua capital del acero.
Pittsburgh, de unos 300,000 habitantes, es conocida por sus majestuosos puentes de acero que atraviesan los dos grandes ríos que enmarcan el centro urbano. Pero ahora son los bancos, las compañías de salud y los institutos de investigación los que dan empleo a sus habitantes, que se mueven en metro o en bicicletas de libre disponibilidad.
'No conozco siquiera un obrero de la siderurgia', añade David. Muchos de los más viejos cuentan la misma historia: a mediados del siglo XX, la contaminación de las acerías era tal que no se podía llevar camisa blanca sin que quedara negra. 'Era un infierno, muy sucio, altos hornos por todas partes', asegura Daniel Fore, un abogado de 55 años que vivió aquí toda su vida. 'Los empleos estaban bien pagados, pero la contaminación era horrible. Ahora el centro está bonito', dice.
Desde su casa sobre una colina que rodea Pittsburgh, del otro lado del río Monongahela, Bill Bobak, conductor retirado de trenes de la siderurgia, es igualmente concluyente: 'mi padre me decía que desde aquí no se veía la ciudad' a causa del 'smog'.
Esta ciudad dejó de perder habitantes. Noelle Ivankevich, de 29 años, vino a estudiar hace diez años y se quedó. Hoy trabaja en Federated Investors, una gran institución financiera.
'Mi padre era obrero en la siderurgia, pero yo creo en los cambios de época, hay que mejorar el mundo', explica, siempre reticente de la decisión presidencial.
Súbita notoriedad mundial
En el quinto piso del edificio de piedra gris del municipio, el alcalde de Pittsburgh no daba crédito a lo que decía Trump.
'Entré a la oficina de mi jefe de gabinete y le dije: '¿Pittsburgh?', cuenta el alcalde Bill Peduto a la AFP al día siguiente de ese episodio, que le dio una súbita notoriedad mundial a su ciudad.
'Creo que tenía en la cabeza la Pittsburgh de hace 40 años, cuando aún era un centro mundial de producción de acero y de la industria', afirma. 'Pero esa época llegó a su fin en la década de 1970'.
El alcalde narra cómo la ciudad se recuperó del desplome económico de los años 70 y 80 'plantando las semillas' de una nueva economía. La Universidad Carnegie Mellon abrió un laboratorio de robótica en 1979.
Los fabricantes de autos establecen hoy asociaciones de investigación, y Google, Uber, Microsoft y Tesla desarrollan sus tecnologías del futuro. Barrios enteros cambiaron de fisonomía para acogerlos.
Con o sin Trump, el alcade de esta ciudad, muy demócrata, asegura que tratará de cumplir los objetivos de reducciones de emisiones aprobadas localmente, invirtiendo en inmuebles verdes y transportes públicos.
Innovaciones que no se perciben en el área de los alrededor de Pittsburgh, matiza Darlene Harris, una legisladora local de 64 años, de séptima generación en Pittsburgh. Recuerda que el oeste de Pensilvania no tiene nada del paraíso tecnológico promovido por el alcalde. 'Creía que el alcalde hablaba de la región entera, no solo de la ciudad', sostiene.
Azares del calendario, Pittsburgh recibe estos días una conferencia de economía del ambiente. Entre dos sesiones, Marc Hafstead, de la organización Resources for the Future, reconoce su perplejidad frente a los 3 billones de dólares mencionados por Donald Trump como el supuesto costo para Estados Unidos del acuerdo sobre el clima.
'Sobreestiman enormemente el costo', estima. Pero frente a las promesas de crecimiento ambientalmente sano de los partidarios del acuerdo de París, advierte que las reglamentaciones anti-carbono tendrán un costo para la economía, inferior al que alega Donald Trump, pero no nulo.