Vecinos del barrio de Antimano salieron a la calle para vitorear, gritar, silbar y golpear cacerolas y sartenes mientras elegían a su reina infantil para el Carnaval.
Rosario Gutiérrez, de 11 años, fue la elegida de entre alrededor de una docena de aspirantes. Con un vestido rojo brillante, lanzaba besos a todo el mundo mientras se paseaba ante un panel formado por tres jueces.
“De verdad que no me lo esperaba”, dijo rebosante de entusiasmo, agregando que estaba muy feliz por ver la cara de alegría de sus amigos.
Aunque fue un desfile sencillo y casero, está en la línea de la tradición venezolana de producir reinas de la belleza de renombre mundial.
Los organizadores señalaron que estaban tratando de revivir la tradición de los desfiles de Carnaval, que se ha perdido en los últimos años por la crisis política y económica. Se estima que cinco millones de venezolanos se han marchado recientemente huyendo de la pobreza, el colapso de los servicios públicos y la escasez de productos básicos.
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Venezuela necesita un poco de fiesta, especialmente ahora para levantar el ánimo y dar algo de esperanza en estos tiempos difíciles, apuntaron los organizadores.
El presidente del país, Nicolás Maduro, ha aprobado este tipo de actividades y anunció que las medidas de contención del virus se relajarán en los días de Carnaval para que los niños puedan divertirse.
La pandemia ha sido relativamente benévola con Venezuela en comparación con otros países Sudamérica. Maduro advirtió sin embargo a los residentes que no se vuelvan locos ni organicen fiestas y conciertos multitudinarios.
En Venezuela, el Carnaval suele centrarse en actividades para los más pequeños, que se disfrazan y desfilan por las calles de sus barrios. Es mucho más tranquilo que las fiestas y desfiles multitudinarios en la vecina Brasil.
Con su título, Gutiérrez, acompañada por las dos damas de honor, presidirá un desfile infantil de disfraces el 15 de febrero en su vecindario.
El certamen se celebró en un patio entre viviendas humildes. Más de una docena de niñas de entre tres y 12 años pasaron las primeras horas de la mañana del viernes vistiéndose, peinándose y maquillándose.
Algunas llevaban vestidos elegantes y otras sus pantalones cortos y camisetas de diario.
La música que salía de un altoparlante portátil marcó el inicio del espectáculo. Al escuchar sus nombres, cada participante recorría el patio por una pasarela imaginaria.
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Sus madre y los demás espectadores estallaron en vítores, bailando y agitando los brazos. Al menos por un breve instante, todos se transportaron a un tiempo mejor.
Elena Escalante, de 24 años y madre de una de las participantes, agradeció la necesaria distracción. Lo mismo hizo su hija Zaii, de tres años, quien habló del espectáculo durante días.
Como profesora de escuela, Escalante está entre la mayoría de venezolanos que ganan un salario mínimo equivalente a poco más de dos dólares mensuales. Vecinos como ella dependen de un comedor de beneficencia gestionado por la organización Feed the Solidarity para mantener a su joven familia.
“De verdad que es algo distinto también ahorita en estos tiempos de pandemia en que está en casa encerrada”, dijo Escalante refiriéndose a su hija.