KOZACHA LOPAN, UCRANIA.- Después de que las fuerzas rusas se retiraran de la región de Járkov (noreste), un ucraniano acudió a la policía para explicar el infierno que vivió durante la ocupación, entre patadas y descargas eléctricas en los genitales.
“Oleksander” --un hombre de 40 años cuya identidad aceptó mantener en secreto la AFP, pues tiene familia en la península ucraniana de Crimea, anexionada por Rusia-- afirma que, el 22 de marzo, un grupo de hombres armados llegaron en dos furgonetas y lo detuvieron.
Sus captores, dice, resultaron ser miembros de la milicia de la República popular de Lugansk, autoproclamada en 2014 con el apoyo de Moscú, en el este de Ucrania.
Veterano de la operación militar de Kiev contra esos separatistas prorrusos del este, Oleksander insiste en que él era uno de los blancos prioritarios de los rebeldes.
Sus recuerdos son tan traumáticos como dolorosamente confusos.
De vuelta al lugar en el que vivió su tormento, en un desolado edificio ferroviario, a 3 kilómetros de la frontera rusa, conduce a los periodistas hasta un sótano húmedo.
Al echar una mirada a su alrededor, parece darse cuenta de que el lugar no es el indicado, por lo que lleva a los reporteros de la AFP a la oficina de la aduana, en el primer piso de la estación de Kozacha Lopan.
Sirviéndose de un trapo, barre los restos de cristales que hay por el suelo y se acuesta, para mostrar cómo se agitaba durante los interrogatorios de sus captores, que le engancharon un cable eléctrico al pene.
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Como metal fundido
Y aún así, tiene dudas. Tampoco este es el lugar que busca.
Registra los armarios, destrozados, entre carteles ucranianos con el símbolo “Z” de las tropas rusas estampado, y entonces se da cuenta: todo ocurría en el despacho de al lado. Ahí era donde le daban palizas, patadas y lo sometían a descargas eléctricas.
Le dieron una patada en la entrepierna tan fuerte que, del salto que dio, sus captores tuvieron que protegerle la cabeza para que no se la golpeara contra el suelo y así poder mantenerlo consciente durante el interrogatorio, recuerda Oleksander.
“Estaba aquí, así, y ellos empezaron a darme puntapiés por todas partes”, explica, con las manos detrás de la cabeza, acachándose y retorciéndose.
“Les dije que no me golpearan porque tengo una hernia, pero luego me bajaron el pantalón”, cuenta. “Lo llamaban ‘terapia de electrochoque’ cuando me electrocutaban”.
“Me daba la impresión de que me estaban echando metal fundido por el cuerpo”.
Oleksander estuvo cinco días detenido en la estación de la pequeña ciudad de Kozacha Lopan, donde ha vivido toda su vida, y luego lo trasladaron a una prisión de Goptivka.
El 17 de abril lo dejaron irse, probablemente -piensa él- porque necesitaban espacio para encerrar a más prisioneros de guerra ucranianos.
Kozacha Lopan fue una de las primeras localidades en caer en manos de la fuerzas rusas tras el comienzo de la invasión, en febrero.
En cuanto el ejército ucraniano la liberó, en septiembre, en el marco de una contraofensiva, Oleksander contactó con la policía ucraniana.
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Todo “confirmado”
Hoy, la carretera que conecta Járkov con Kozacha Lopan está llena de cráteres provocados por los obuses y los cohetes.
Una fiscal ucraniana está investigando lo ocurrido. La ciudad fue liberada pero, de lejos, aún se oyen disparos de obuses.
“Los que trabajaban como, digamos, ‘policías’ en la, digamos, ‘policía popular’ (prorrusa) son personas conocidas”, afirma a la AFP la fiscal local para crímenes de guerra, Kateryna Shevtsova, en el edificio de la administración local.
“Se tomarán medidas para llevarlos ante la justicia en los próximos días. La mayoría de ellos eran de aquí”, subraya Shetsova, rodeada de policías armados.
Quiere actuar rápidamente, convencida de tener todas las pruebas que incriminan a quienes colaboraron con los invasores.
“Hoy hemos efectuado una inspección de los sótanos donde, como hemos averiguado a partir de las pruebas, se torturaba a la gente”, explica. “Todo ha sido confirmado”.
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