Por Elian Peltier / The New York Times
OUANGOLODOUGOU, Costa de Marfil — Se estaban quedando dormidos en una colchoneta que compartían desde que se casaron hace cinco años. El rugido de motocicletas los despertó. Hombres armados sacaron a Rainatou Diallo y a su esposo, Adama Diallo, de la cama y los llevaron al patio.
Sin decir palabra, los hombres mataron a tiros a su esposo. Cuando ella huyó de la aldea, una de las muchas que han sido devoradas por la violencia en Burkina Faso, reconoció a los asesinos enmascarados de su marido: eran vecinos.
Burkina Faso, una nación que alguna vez se enorgulleció de su tolerancia y sus relaciones interétnicas pacíficas, es ahora el hogar de uno de los conflictos más sangrientos de África Occidental.
Desde que el actual líder militar, el Capitán Ibrahim Traoré, tomó el poder en un golpe de Estado en el 2022, ha intensificado una guerra contra insurgentes islamistas que ya ha cobrado decenas de miles de vidas y desplazado a otros 3 millones de personas.
Para aumentar las filas de su ejército emproblemado, el Gobierno de Traoré reclutó a decenas de miles de hombres para una milicia civil, conocida como los Voluntarios para la Defensa de la Patria. La milicia fue creada por un líder anterior para proteger a las comunidades contra los insurgentes. Pero bajo Traoré, ha propagado una violencia descontrolada y ha enfrentado a poblaciones locales entre sí, con grupos étnicos minoritarios en la mira, en lo que algunos temen que conduzca a una guerra civil.
Los actos de violencia contra poblaciones locales que involucran a milicianos han aumentado más del doble desde el golpe de Estado de Traoré, de acuerdo con el Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados. Los milicianos han llevado a cabo ejecuciones, desapariciones forzadas o saqueos cada seis días en promedio, arrojan datos del grupo.
Armar a civiles que tienen un entrenamiento deficiente y poco respeto por los derechos y luego darles impunidad casi total no es algo exclusivo de Burkina Faso. En el noreste de Nigeria, miembros de una milicia civil que asiste en la lucha del País contra Boko Haram han sido acusados de violencia sexual, reclutamiento infantil y ejecuciones arbitrarias. En Sudán, la milicia conocida como Fuerzas de Apoyo Rápido desencadenó una guerra.
Al igual que Rainatou Diallo, la mayoría de las tres docenas de refugiados entrevistados por The New York Times durante un reciente viaje a la contigua Costa de Marfil, cerca de la frontera con Burkina Faso, señaló que los Voluntarios para la Defensa de la Patria, o VDP, los habían obligado a huir. “Habían estado atacando otras aldeas, así que sabíamos que llegaría nuestro turno”, indicó Diallo, de 32 años, en Ouangolodougou, Costa de Marfil.
El Gobierno de Burkina Faso no hizo comentarios. Casi 150 mil personas han huido de Burkina Faso a cuatro países vecinos desde el año pasado. Costa de Marfil ha acogido al mayor número de ellas, unas 65 mil, en centros de asilo y comunidades anfitrionas operadas por el Gobierno.
Ya que la mayoría de los insurgentes afiliados a Al Qaeda que libran una guerra en Burkina Faso pertenece al grupo étnico fulani, civiles fulani a menudo han sido acusados de colaborar con los yihadistas y están en la mira de la milicia.
Los refugiados en Costa de Marfil compartieron recuerdos de los abusos que sufrieron “en el otro lado”, al hablar en susurros que eran silenciados por la lluvia que golpeaba los techos de lámina.
Housseinou y Hassan Ly, hermanos gemelos y maestros del Corán, relataron que habían huido del norte de Burkina Faso en septiembre del 2023, luego de que milicianos civiles secuestraran a su tío y asesinaran a su hermano a la orilla de la carretera.
“Nuestro país está en crisis y las autoridades actuales creen que darle armas a la gente para que acabe con todo un grupo es la solución”, externó Ali Barry, de 30 años, un enfermero fulani quien dijo que huyó de su aldea en diciembre del 2022, luego de que milicianos ejecutaran a su hermano y a algunos vecinos.
Una mañana reciente, Diallo preparaba masa de okra y mandioca en una casa en Costa de Marfil, rentada por su padre, que huyó de Burkina Faso a inicios de este año con otros 12 miembros de la familia.
“Vivíamos juntos, nuestros hijos iban juntos a la escuela”, contó Diallo sobre la vida en Burkina Faso antes de que hombres locales comenzaran a unirse a la milicia. Una vez que se incorporaron al VDP, los vecinos dejaron de saludar a las familias fulani, recordó ella.
Luego comenzaron las redadas y los asesinatos.
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