Por Apoorva Mandavilli / The New York Times
KITUI, Kenia — La víbora atacó a Beatrice Ndanu Munyoki, de 11 años, mientras estaba sentada en una pequeña piedra, que yacía encima de una más grande, cuidando a las cabras de la familia. Pasaba los dedos por la tierra cuando vio una cabeza roja salir disparada de entre las piedras y sintió una punzada en el dedo índice derecho.
Corrió a su padre, David Mutunga, que estaba construyendo una barda. La llevó rápidamente a un hospital a 30 minutos de distancia. Su dedo se oscureció, pero el hospital en Mwingi, un pequeño poblado en Kenia, no tenía antídoto. Esa noche de noviembre del 2023 fue llevada a otro hospital y le inyectaron un antídoto. Cuando el dedo se ampolló, se hinchó y se puso negro a pesar de una segunda dosis al día siguiente, le amputaron el dedo a Beatrice.
En muchos países, las víboras compiten por la misma tierra, agua y comida que las personas. Según estimaciones oficiales, cada año unas 5 millones de personas son mordidas por serpientes. Alrededor de 120 mil mueren y unas 400 mil pierden extremidades. Es casi seguro que el número real de víctimas sea mucho mayor. Las estimaciones se basan en registros hospitalarios, pero la mayoría de las mordeduras ocurren en zonas rurales, entre personas demasiado pobres para costear el tratamiento.
India representa aproximadamente la mitad de los casos a nivel mundial, pero algunos países africanos encabezan la lista en relación con tamaño de población.
Las víboras rehúyen a las personas. Son tímidas y sólo muerden cuando perciben peligro.
“Saben que eres presa inútil”, dijo George Omondi, director del Centro de Investigación e Intervención sobre Mordeduras de Serpientes de Kenia, en Nairobi, la capital. “Preferirían gastar su veneno en algo que pudieran comer”.
Hay alrededor de 4 mil especies conocidas de víboras, y unas 200 son lo suficientemente venenosas como para matar a personas. El África subsahariana alberga decenas de especies, pero las más mortíferas son la víbora bufadora, la cobra y la mamba negra.
Las cobras y las mambas tienen colmillos cortos y erectos que inyectan neurotoxinas bajo la piel, paralizando a las víctimas. El veneno de una mamba negra puede matar en una hora. Las mordeduras de cobra también exigen atención inmediata, pero con tratamiento la recuperación puede ser dramática. Las víboras bufadoras tienen colmillos largos y retráctiles que inyectan veneno en los músculos, lo que destruye los factores de coagulación de la sangre y las víctimas mueren lentamente.
Identificar al atacante puede ayudar a adaptar el tratamiento. Pero muchas personas nunca ven la serpiente que las muerde. Aproximadamente un tercio de las mordeduras de víboras ocurren en niños. Casi todas las personas podrían sobrevivir si recibieran la atención adecuada. Pero administrar el antídoto adecuado, en la dosis adecuada y a tiempo es complicado.
Sólo hay un fabricante en el África subsahariana: South African Vaccine Producers, con sede en Johannesburgo. Muchas otras naciones importan antídoto de Asia y Sudamérica. Pero los antídotos de un país muchas veces no funcionan en otro. Cada especie produce una mezcla de toxinas. Incluso dentro de una misma especie, puede variar según la región, la edad, la dieta y la estación.
Los antídotos todavía se fabrican de forma muy parecida a como se hacían hace 130 años: se inyecta una pequeña cantidad de veneno a un caballo o camello y se recolectan los anticuerpos producidos en respuesta. Cada vial puede costar 8 mil chelines kenianos (unos 62 dólares) y el tratamiento puede requerir muchos viales.
El antídoto puede contener proteínas de caballo o camello que pueden provocar reacciones alérgicas. Los científicos están buscando nuevos enfoques. Los anticuerpos monoclonales fabricados en laboratorio podrían desarmar las familias de toxinas más importantes presentes en las víboras en varios continentes. Estos evitarían reacciones alérgicas.
Dentro del centro de investigación sobre mordeduras de serpientes de Kenia, pilas de contenedores transparentes contienen cobras, mambas, víboras bufadoras y otras serpientes. Geoffrey Maranga, un herpetólogo, se preparó para “ordeñar” el veneno de una cobra egipcia. Siseó y, con la capucha desplegada, intentó atacar. Mientras su colega mantenía la tapa de la caja ligeramente abierta, Maranga insertó unas largas pinzas de acero, las cerró alrededor de la cabeza de la serpiente y luego la agarró.
Maranga sostuvo la cabeza de la cobra abierta y la empujó suavemente hacia abajo hasta que los colmillos se hundieron en el plástico fino y ceroso que cubría un pequeño frasco de vidrio. Mientras el precioso líquido goteaba en el frasco, masajeó las glándulas venenosas para obtener más. Debe ser congelado en minutos. Una parte se inyecta en camellos para producir anticuerpos.
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