Por Emily Cochrane / The New York Times
ASHEVILLE, Carolina del Norte — Si rodea la montaña en una mañana fresca, verá cómo se alzan entre la niebla: una hilera tras otra de pinos color verde plateado.
El escenario es Newland, una ciudad unos 90 minutos al norte de Asheville, en el oeste de Carolina del Norte. Un campo tras otro en la región sirve de incubadora para abetos Fraser, que se cuentan entre los pinos de Navidad más queridos de EU. Pero cuando los remanentes del huracán Helene enviaron furiosas aguas de inundación por las montañas a fines de septiembre, trastocaron la industria de los pinos navideños meses antes de las fiestas decembrinas.
La lluvia provocó deslaves, arrancando miles de árboles al final de una década de crecimiento y plántulas que apenas comenzaban a echar raíces. Hogares, graneros e instalaciones que apoyaban a los negocios de pinos resultaron dañados o destruidos.
Y muchos de los caminos sinuosos que permitían bajar los árboles desde las montañas y llevarlos a los proveedores se volvieron intransitables entre marañas de grava y escombros.
En las semanas previas a la Navidad, granjeros rescataban sus cultivos, recorrían caminos reconstruidos y exhortaban a los clientes, algunos de los cuales venden árboles en lotes por todo EU, a que no cancelaran sus pedidos. Y tras una tormenta que cobró más de 100 vidas en el estado y destruyó cientos de casas y negocios, los residentes estaban ansiosos por disfrutar de la comodidad de los rituales de la temporada.
“Necesitaba hallar belleza”, dijo George Handy, de 70 años, un artista que recientemente visitó las extravagantes exhibiciones decembrinas en el Biltmore Estate, una mansión del siglo 19 en Asheville. “He visto tantas cosas feas”.
Hasta 30 millones de pinos navideños son vendidos cada año en EU. Alrededor de una cuarta parte de ellos proviene de Carolina del Norte. El abeto Fraser, un aromático pino verde intenso, crece naturalmente sólo en las montañas del sur de los Apalaches, gracias a su clima montañoso y suelo ligeramente ácido.
“Uno siente que está haciendo algo bueno por la sociedad”, dijo Sam Cartner, uno de tres hermanos dueños de Cartner’s Christmas Tree Farm, en Newland. Sus padres iniciaron la granja en los años 50.
La industria se ha enfrentado a otros desafíos: insectos invasores, gastos cada vez más altos, la invasión del desarrollo y, por supuesto, un clima impredecible. Pero nada se compara con el daño causado por el huracán Helene.
“Es indescriptible”, manifestó Jennifer Greene, de la Asociación de Pinos de Navidad de Carolina del Norte.
Si bien muchas granjas pudieron salvar los árboles que estaban listos para el mercado, la pérdida de plántulas podría significar problemas en un futuro. Se necesitan aproximadamente 10 años para cultivar un pino de tamaño completo.
Los daños en los caminos incluso retrasaron la selección formal del pino navideño de la Casa Blanca de la granja de Cartner, un honor que se gestó durante meses luego de que la granja ganara un concurso. Pero con el tiempo, miembros del personal de la Casa Blanca pudieron elegir uno.
La familia se reunió una mañana para ver a trabajadores maniobrar una grúa para levantar el pino de su tocón y colocarlo en la parte trasera de un camión. Un empleado del Departamento de Agricultura de Carolina del Norte, vestido para su empleo de medio tiempo de Santa Clos, estaba allí para llevarlo a Washington.
“Es como un faro, ¿no es así?”, expresó Jan Papdelis, una clienta que había manejado desde Michigan para recoger unos 300 pinos para vender de vuelta en casa.
En el Biltmore, a unos 100 kilómetros de la granja de Cartner, miembros del personal aún se maravillaban con el regreso de huéspedes luego de que la propiedad cerrara por más de un mes debido a los daños causados por la tormenta.
Muchos habían venido a ver las decoraciones navideñas y casi tres docenas de pinos de Navidad, entre ellos un abeto Fraser de 9 metros de altura en el salón de banquetes.
Los preparativos para la temporada decembrina ya habían comenzado en el Biltmore cuando el huracán inundó gran parte de la propiedad y el pueblo a los alrededores.
“No parece una gran prioridad cuando simplemente estás lidiando con, ‘está bien, saquemos este árbol del camino y veamos qué vamos a comer hoy’”, comentó Lizzie Whitcher, quien supervisa la exhibición de la temporada decembrina de la mansión.
El hogar de Whitcher resultó dañado por árboles caídos, y se secaba las lágrimas mientras hablaba sobre la devastación que habían sufrido sus vecinos.
“No se trata simplemente de, vamos a hacer que todo esté bonito y a organizar una fiesta alegre”, declaró Whitcher. “Esto es por nuestra comunidad. Hay una gran diferencia entre sufrir sin esperanza y sufrir con esperanza”.
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