Por Carl Zimmer/The New York Times
Tan pronto como nos introducimos almidón en la boca —ya sea en forma de dumplings o puré de papa— lo empezamos a descomponer con una enzima en la saliva.
Esa enzima, la amilasa, fue de vital importancia para la evolución de nuestra especie, a medida que nos adaptábamos a un suministro cambiante de alimentos y a distintas dietas.
Un nuevo estudio reveló que nuestros ancestros comenzaron a portar más genes de amilasa en dos grandes oleadas: la primera, hace varios cientos de miles de años, y la segunda, hace 12 mil años.
“Esta combinación de adaptarnos a diversos entornos y modificar nuestras dietas es un principio básico de lo que nos hace humanos”, aseveró Omer Gokcumen, un genetista de la Universidad de Buffalo, en Nueva York, quien encabezó el estudio publicado recientemente en la revista Science.
El equipo de Gokcumen examinó ADN recuperado de los huesos de cazadores-recolectores que vivieron hace 45 mil años. Los científicos calcularon que estos primeros humanos tenían alrededor de cinco copias de genes de amilasa. Los investigadores también hallaron evidencia de varias copias en fósiles neandertales.
Dado que el ancestro común de los humanos modernos y los neandertales vivió hace más de 600 mil años, es posible que para entonces se hubieran desarrollado genes de amilasa adicionales, quizá después de que esos homininis aprendieran a controlar el fuego, apuntó Gokcumen.
El calor de las fogatas podía descomponer las fibras duras en plantas ricas en almidón, haciéndolas más digeribles. A medida que las personas dependían más del almidón en su dieta, Gokcumen planteó la hipótesis de que la selección natural podría haber favorecido a quienes producían más amilasa. Las enzimas adicionales también podrían haberles ayudado a absorber más nutrientes.
Hace unos 12 mil años, al final de la última era de hielo, varias sociedades comenzaron a domesticar cultivos, entre ellos alimentos ricos en almidón tales como trigo, cebada y papas.
En el nuevo estudio, los investigadores analizaron el ADN de esqueletos en Europa y Asia occidental, al descubrir que los genes de amilasa adicionales se volvieron más comunes allí en el curso de los últimos 12 mil años.
La mejor explicación de esa tendencia, concluyeron los científicos, era la selección natural: las personas con más genes de amilasa tenían muchas más probabilidades de sobrevivir y tener hijos.
Los investigadores han descubierto evidencia adicional que sugiere que la amilasa fue muy favorecida por la selección natural en otros lugares donde las personas cambiaron a dietas ricas en almidón, como Perú, donde las papas fueron domesticadas hace más de 5 mil años.
Algunos investigadores dicen que la amilasa también puede proporcionar a nuestros cuerpos una señal de que la comida está en camino. Si eso es cierto, entonces más amilasa podría provocar que las personas produzcan más insulina, lo que a su vez haría que absorbieran más azúcar del almidón, explicó Gokcumen. En tiempos de hambruna, esta señal podría haber asegurado que nuestros antepasados aprovecharan al máximo la poca comida que pudieran encontrar.
“Si tienes mucho pan a la mano, no hay problema”, declaró Gokcumen. “Pero si a duras penas estás sobreviviendo, entonces creo que sería una cuestión de vida o muerte”.
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