Por Austyn Gaffney y Somini Sengupta / The New York Times
Chad. Vietnam. Austria. El sur estadounidense.
En regiones muy diversas del mundo, lluvias extremas en las últimas semanas han cobrado miles de vidas, sumergido ciudades enteras, provocado deslizamientos de tierra y dejado a millones sin electricidad. Es un presagio de los feroces fenómenos meteorológicos característicos del cambio climático, impulsado por la quema de combustibles fósiles, y pone de relieve la necesidad de adaptarse urgentemente, tanto en los países ricos como en los pobres.
Las ráfagas de lluvias extremas están volviendo a las inundaciones costeras y fluviales más peligrosas e impredecibles.
“Los fenómenos extremos se están volviendo más fuertes en todas partes, por lo que deberíamos esperar que las inundaciones sean mayores no importa dónde estemos”, dijo Michael Wehner, científico en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, en California.
Una atmósfera más cálida retiene más humedad. Eso puede provocar ráfagas de lluvias extremas, además de otros factores meteorológicos. La tormenta Boris, un sistema lento y de baja presión, vació más de cinco veces el promedio de lluvias de septiembre en toda Europa. Una ráfaga de aire polar frío chocó con una corriente de aire cálido del Mediterráneo denso con vapor de agua, produciendo una tormenta inusualmente potente que trajo fuertes lluvias y vientos fuertes. Reuters reportó que al menos 23 personas murieron en Austria, la República Checa, Polonia y Rumania.
En Estados Unidos, Carolina del Norte y del Sur fueron azotadas por tormentas igualmente inusitadas. Algunas áreas registraron 46 centímetros de lluvia en 12 horas, una cantidad tan estadísticamente rara que es considerado un evento que ocurre cada mil años.
El tifón Yagi, una de las tormentas más potentes de la región, provocó lluvias y vientos de hasta 204 kilómetros por hora en el norte de Vietnam. Cientos de personas murieron a su paso. La tormenta avanzó a Myanmar, matando a cientos de personas más en inundaciones repentinas y deslizamientos de tierra.
Partes del norte de Nigeria fueron azotadas por siete días de fuertes lluvias ininterrumpidas que provocaron la ruptura de una presa, matando a cientos de personas y sumergiendo la mitad de la ciudad de Maiduguri. Los funcionarios locales dijeron a Reuters que era la peor inundación en 20 años. El Gobernador del Estado de Borno afirmó que las inundaciones habían desplazado a más de un millón de personas y que existía un alto riesgo de propagación de enfermedades.
Del mismo modo, en Chad, más de 500 personas han muerto en graves inundaciones desde julio, reporta la ONU.
En promedio, las naciones africanas están perdiendo el 5 por ciento de sus economías debido a inundaciones, sequías y calor, de acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial. Muchos están gastando hasta una décima parte de sus presupuestos simplemente en manejar desastres climáticos extremos. Muchos de esos acontecimientos están impulsados por las emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta, pero África es responsable sólo de una fracción de las emisiones anuales del mundo.
Las inundaciones más recientes han dejado claro que tanto los países ricos como los pobres necesitan invertir en apuntalar su infraestructura y sus políticas públicas para minimizar los efectos del clima extremo.
La ONU ha presionado a los gobiernos para que establezcan más sistemas de alerta temprana, que son relativamente económicos y potencialmente eficaces para salvar vidas. Dice que ahora 101 países tienen protocolos de alerta temprana, al menos en papel, el doble del número en el 2015.
“Necesitamos desarrollar infraestructura crítica”, dijo Olasunkanmi Habeeb Okunola, un planificador urbano de Nigeria que está trabajando como científico visitante en el Instituto para el Medio Ambiente y la Seguridad Humana de la Universidad de las Naciones Unidas. “Si se hace bien, se puede hasta cierto punto reducir el impacto del cambio climático”.
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