Por Tim Arango / The New York Times
California — Primero, las plantas rodantes fueron retiradas. Luego, una excavación arqueológica encontró los postes de la barrera trasera y las bases. Finalmente, se examinaron antiguas fotografías en blanco y negro desenterradas en un archivo de Los Ángeles para asegurarse de que todo se reconstruyera exactamente como había sido.
Lo único que quedaba era jugar beisbol.
Durante casi 20 años, Dan Kwong tuvo el sueño de restaurar el campo de beisbol de Manzanar, el extenso campo en el Desierto de Mojave donde miles de japoneses y estadounidenses con ascendencia japonesa fueron encarcelados durante la Segunda Guerra Mundial, entre ellos la madre de Kwong.
Antes del ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, el beisbol era una fuente de conexión entre Japón y Estados Unidos.
Hasta 120 mil ciudadanos estadounidenses y residentes de ascendencia japonesa fueron encarcelados durante la guerra en 10 campos en todo el oeste de EU. Cuando se vieron obligados a abandonar sus hogares en la costa oeste, se llevaron el beisbol consigo.
“Al venir a estos campos, al estar en Manzanar, donde lo has perdido todo, lo único a lo que podían aferrarse —lo único que podían conservar— era el juego de beisbol”, dijo Kwong, un artista de performance en Los Ángeles.
“Y luego, a un nivel simbólico más profundo, era una expresión de lo estadounidense. Fue como, este es nuestro juego, esta es nuestra cultura, somos parte de esto y lo vamos a hacer incluso aquí”, continuó.
Para estrenar su proyecto, Kwong trajo jugadores de equipos amateurs japoneses-estadounidenses en California a Manzanar en octubre para jugar partidos, parte de lo que describió como una exhibición viviente que espera continúe y llame la atención sobre la historia del internamiento japonés.
En una fresca mañana que pronto dio paso al sol abrasador y al calor del desierto, los sonidos y las imágenes del beisbol regresaron a Manzanar, casi 80 años después de que el campo cerró al concluir la guerra: el choque del bate con la pelota, los impactos de la pelota en el cuero, la charla de los peloteros. Kwong, de 69 años, jugaba primera base y bateaba primero para los Li’l Tokio Giants, un equipo con el que tiene 53 años de estar jugando.
El sueño de Kwong tardó mucho en materializarse. El Servicio de Parques Nacionales, que administra Manzanar como museo, dijo que el campo era un sitio arqueológico que no podía ser perturbado. Pero él persistió, y hoy el campo de beisbol luce muy parecido a lo que se ve en esas fotografías antiguas: un pedazo de tierra polvorienta, con un montículo de lanzador, líneas de foul, una barrera trasera y una pequeña tribuna de madera detrás del plato.
Equipos amateur japoneses-estadounidenses han jugado en California durante más de un siglo, atrayendo a jugadores que van desde adolescentes que son estrellas en sus equipos escolares hasta personas mayores de 60 años. Al principio, los equipos también alineaban a jugadores latinos y negros.
De pie en el montículo, Michael Furutani, lanzador de los Lodi JACL Templars, un equipo del Valle Central de California, podía ver la antigua torre de vigilancia más allá de la línea del jardín derecho.
“Miro por encima del hombro y puedo ver la torre de vigilancia”, dijo Furutani, de 60 años, cuyos familiares fueron encarcelados en un campo en Wyoming durante la guerra. “Allí comprendí. Santo cielo, aquí es donde intentaban olvidar”.
Los juegos fueron intercalados entre los Juegos 1 y 2 de la Serie Mundial, encabezada por la megaestrella japonesa de los Dodgers de Los Ángeles, Shohei Ohtani. (Los Dodgers terminaron ganando la Serie Mundial).
Mientras promocionaba el proyecto, Kwong utilizó un lema que era un juego de palabras de una cita de la película “El Campo de los Sueños”: “Si lo construimos, ellos vendrán. Esta vez de buena gana”.
Aproximadamente 100 equipos de beisbol jugaron en Manzanar entre 1942 y 1945.
Durante los partidos de octubre, Kwong pensó en su difunta madre y en las historias que ella le había contado sobre su vida en Manzanar. “Ella estaría encantada con esto”, dijo.
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