Por Dionee Searcey/The New York Times
El sol brillaba sobre el agua turquesa. Las palmeras se mecían en la cálida brisa. Para un grupo de estudiantes de último año de preparatoria de Nueva York, las vacaciones de primavera en la Isla Paraíso en las Bahamas habían iniciado.
En marzo, cientos de adolescentes de preparatorias privadas participaron en lo que se ha convertido en una tradición extraoficial, retozando en las playas de arena fina del lujoso resort Atlantis Bahamas y su “paisaje acuático” de piscinas, playas, cascadas y lagunas llenas de mantarrayas. Algunos cenaron en el restaurante Nobu del resort. Algunos se vistieron completamente de blanco para una “fiesta blanca” en un club nocturno llamado Waterloo. Algunos se lanzaron por un tobogán de agua tubular y transparente rodeado de tiburones.
Como lo expresó un estudiante de la Escuela Ethical Culture Fieldston, reconociendo su buena suerte mientras tomaba el sol en la playa una tarde: “Sin preocupación en el mundo”.
En una Ciudad donde una creciente brecha económica está prominentemente a la vista en las aulas, este tipo de extravagancia está fuera del alcance de la mayoría. El viaje, organizado por la agencia de viajes GradCity, también ofreció una oportunidad para que futuras figuras influyentes de Estados Unidos hicieran contactos. Históricamente, las preparatorias privadas han formado ex alumnos que ocupan puestos en las altas esferas de instituciones políticas, financieras y de otro tipo.
Durante el viaje, un adolescente descendiente de los Rockefeller descansaba bajo una palmera. Estudiantes convivían e intercambiaban cuentas de Instagram y números de teléfono, encontrando futuros compañeros de universidad e incluso “futuras oportunidades”, como dijo uno.
En la Isla Paraíso, la edad para apostar y la edad para beber es 18 años. Los estudiantes aprovecharon ambas. Durante cinco noches, mil 200 adolescentes recorrieron el resort con cocteles enlatados en las manos, y quemaduras de sol y chupetones en la piel.
La isla al norte de Nassau ha alcanzado estatus mitológico en algunas escuelas, donde se empieza a hablar del viaje en tercero de secundaria. Muchos adolescentes entrevistados no quisieron que se usaran sus nombres ni los de sus escuelas para evitar manchar su reputación.
Topher Nichols, vocero de la Escuela Dalton, cuya matrícula es de 64 mil dólares anuales, afirmó que la escuela “no patrocina, organiza ni avala estos viajes”.
Este año, como en años anteriores, algunos padres se alojaron en el complejo turístico o a poca distancia en coche, por si acaso. Los estudiantes se reunían en el hotel principal del complejo, The Royal. Su edad, una mezcla de adulto y niño, era evidente. Tres chicos estaban sentados en el bar de la alberca bebiendo tragos. Otro grupo llegó después de jugar al golf. Otros cuatro comían helados.
A medida que avanzaba el día, grupos de chicos rodeaban las mesas de dados, ruleta y blackjack en el casino. Se oyeron gritos y choques de manos. “¡Gané 2 mil!”, gritó un joven, agitando billetes de 100 dólares.
Las vacaciones de primavera antes eran dominio exclusivo de los universitarios y se han caracterizado por su desenfreno. Pero en los últimos años, este tipo de viajes se han popularizado entre los preparatorianos. GradCity comenzó a centrarse exclusivamente en las vacaciones de primavera de preparatoria hace unos cinco años, dice Kathleen Osland, una portavoz.
Los viajes cuestan aproximadamente 2 mil 700 dólares por persona por cinco noches, con cuatro estudiantes compartiendo habitación. Un “pase platino” adicional de 250 dólares brinda acceso a cruceros al atardecer y otras amenidades.
Khari Taylor fue el año pasado como estudiante de último año de preparatoria en la Brooklyn Friends School, una escuela privada “guiada por la creencia cuáquera de que hay luz divina en todos”, según su sitio web. El viaje incluyó un paseo en barco a una pequeña isla donde tocó un DJ, se sirvió una comida y los estudiantes pudieron pasar el rato en asoleaderos, jugar voleibol o nadar con los cerdos de la isla.
“¡Dios mío, fue hermoso!”, dijo Taylor.
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