Opinión

Lo que ocurrió en la madrugada del martes 12 de diciembre del año recién pasado es otro ejemplo vergonzoso de lo que puede llegar a suceder en países como el nuestro donde, poco a poco, la abulia y el exceso de tolerancia han debilitado los valores morales que deben prevalecer en todos los hogares, grupos comunitarios y naciones que aspiren a ser dignos de admiración y respeto.

Para los ciudadanos que respetamos la ley y que no tratamos de ajustarla a nuestros caprichos, es imperdonable la forma en que los diputados del Congreso Nacional se han dejado manipular sin pensar en las consecuencias de romper el equilibrio de poder que debe mantenerse en una verdadera democracia. Se supone que donde mejor representado debe estar el pueblo es en el Poder Legislativo y, en los países que han alcanzado un grado aceptable de madurez política, así es. En esos países, los electores saben en quiénes depositaron su confianza al ejercer el sufragio y, por lo tanto, gozan del derecho de dirigirse a ellos con la seguridad de ser atendidos. En Honduras, lamentablemente, aunque es frecuente escuchar, especialmente durante las campañas políticas, que el pueblo es soberano, la persona que desee ser atendida tiene que empezar por encontrar un intercesor influyente. La sensación de impotencia que produce el ser ignorado es la que fomenta la inseguridad que obliga a desconfiar de todo y de todos.

Nadie puede negar que el proceso de selección de los actuales magistrados de nuestra Corte Suprema de Justicia es el mejor que se ha realizado hasta la fecha. La mayoría de los hondureños sentimos que se daba un paso en dirección correcta, sin permitir presiones ni amenazas indebidas; sin embargo, es evidente que la satisfacción del pueblo soberano no es compartida por los que, aparentemente, no se han dado cuenta de que ahora somos muchos más los que nos interesamos por leer la Constitución y que captamos la importancia del párrafo que, con toda claridad, dice: “La forma de gobierno es republicana, democrática y representativa.

Se ejerce por tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, complementarios e independientes y sin relaciones de subordinación”.

Es obvio que el caudillismo está latente entre los que no han evolucionado políticamente, pero ha llegado el momento de que el pueblo soberano alce la voz para decir, de una vez por todas: ¡Basta! No estamos dispuestos a permitir que se mantenga la inestabilidad en nuestra querida Honduras con el propósito de provocar la crisis necesaria para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente e implantar una “democracia” estilo socialismo del siglo XXI.

Los últimos acontecimientos demuestran nuevamente la necesidad de que nuestra Constitución mantenga ese blindaje tan odiado y criticado por los que quieren poner en riesgo nuestra soberanía. Al reconocer que esos artículos pétreos garantizan la libertad que no pone límites a nuestras aspiraciones, unámonos todos los hondureños responsables para brindar nuestro apoyo a los Magistrados que fueron destituidos ilegalmente.

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