Vivimos en sociedad y en una comunidad muy pequeña que se llama Honduras, y para que la convivencia sea posible necesitamos desarrollar y mantener normas de convivencia; nos organizamos políticamente y actuamos con relación en un patrón cultural determinado, de manera tal que en nuestro entorno social pluralista y abierto, la positivación de los derechos es una garantía de la organización de la sociedad para la vida en convivencia.
Es la relación del individuo con el otro, en el marco legal de derechos y libertades. Respetando los derechos y libertades mías y las de los demás, de ahí procede la formación para la convivencia ciudadana, la educación cívica instrumentalizada, que se identifique como formación para el desarrollo cívico y una parte sustantiva de la política. Cuando pensamos en la posibilidad de formación para la convivencia ciudadana, estamos dando por aceptada la posibilidad de interacción y de cohabitación de las personas que pertenecen a universos culturales diferentes, basándonos en el reconocimiento y aceptación del otro: un ejercicio de aceptación del yo en la otredad, es preciso reconocer los valores que siempre se retoman porque los valores nunca terminan, siempre están en constante evolución, solo caen en desuso.
Precisamente por eso, defendemos estas consideraciones conceptuales, de interés para el desarrollo de estrategias de intervención, refuerzan la relación “valores y convivencia”, nos cuesta trabajo aceptarnos, el reconocimiento de la otredad es una aventura que cuesta trabajo sobrellevarla.
Existe la urgencia de reinventarse para intentar transformar los entornos de relación a partir del reconocimiento del “otro” en su dimensión de complicidad en la diferencia. El reconocimiento de la otredad y el desaprendizaje de la violencia en la formación de vecinos.
El reconocimiento es el más natural de los sentimientos humanos, ya sea como especie o como individuo, parecemos estar llamados a reconocernos e identificarnos.