En los pueblos es costumbre escuchar la expresión “dioses de palo”, que no se refiere a la tradición del catolicismo romano, sino que la frase va dedicada a aquellas personas, por lo general, políticos, que visitan pueblos y aldeas buscando votos para su favor; estas personas demuestran una aparente humildad, saludando a la gente con abrazos, chineando a los niños y entregando algunas baratijas en lugar de alimentos.
Cuando pasa la efervescencia política, demuestran lo que realmente son. La gente los busca y los tales se esconden. En la calle o en el puesto donde han sido ubicados, ya no conocen a nadie.
También existen políticos que ya en el cargo que se les asigna se vuelven dioses, se hacen creídos, no contestan celulares, cambian hasta la forma de hablar y se olvidan de la misma gente que ellos visitaron, con la cual ellos platicaron, ya en el puesto no se acuerdan; y por mucho que esta gente plantee a los políticos sus necesidades en alimentos, en medicinas u otras peticiones, nunca las respuestas llegarán a ellos, porque aquellos o aquellas que los visitaron en sus pueblos y aldeas ya no los conocen.
Veamos unos ejemplos: el Congreso Nacional está formado por personas de diferente preparación académica, por lo que se entiende que deberían ser personas preparadas para legislar, hacer propuestas, defender al pueblo; por desgracia, muchos diputados no abren la boca en todo el año, apenas con pereza levantan la mano para aprobar lo que otros proponen y, lo que es peor, muchos demuestran lo que realmente son: ineptitud, arrogancia, soberbia... y otros.
Contemos los días que han transcurrido desde la conformación de las dos Juntas Directivas del Congreso Nacional, producto de las grandes ambiciones de muchos, acostumbrados al poder, a la corrupción y al latrocinio, todo lo anterior es producto del hacer de lo que llamamos dioses de palo.