La crisis del agua en Honduras es una tragedia silenciosa que afecta a millones de personas y que, a pesar de su gravedad, continúa siendo ignorada en muchos aspectos.
Mientras los recursos hídricos se agotan y los fenómenos climáticos extremos se intensifican, las comunidades más vulnerables del país se ven cada vez más afectadas por la escasez de agua potable.
Este problema no es solo una cuestión de sequías, sino una manifestación de la profunda desigualdad social, la gestión ineficaz de los recursos naturales y los efectos devastadores de la variabilidad climática. Honduras, como muchos otros países en América Central, enfrenta una crisis hídrica crónica.
A pesar de ser un país que posee una considerable cantidad de fuentes de agua, gran parte de esta no es accesible para la mayoría de la población debido a la contaminación, la mala distribución o la falta de infraestructura adecuada.
Según datos de la Comisión de Agua Potable y Saneamiento, más del 50% de la población rural no tiene acceso a agua potable, y las comunidades urbanas también enfrentan serias dificultades en términos de calidad y cobertura del servicio.
Este déficit de agua se agrava aún más cuando se suman los efectos del cambio climático, que trae consigo sequías prolongadas y el aumento de fenómenos meteorológicos extremos.
Hannah Arendt, en su reflexión sobre la condición humana, afirmó que “la crisis no solo se produce cuando un sistema colapsa, sino cuando las instituciones encargadas de mantener el bienestar de la sociedad no responden adecuadamente”.
En este sentido, la crisis del agua en Honduras es también una crisis de gobernanza. El país, al igual que otros en la región, ha carecido durante años de políticas públicas efectivas y sostenibles que garanticen el acceso universal y equitativo al agua.
En lugar de priorizar la gestión responsable del recurso, las instituciones nacionales y locales se han visto atrapadas en un círculo de corrupción y falta de voluntad política que ha perpetuado el desinterés por resolver este problema.