Pareciera que el gobierno de la presidente Castro está lleno de esas maravillosas doctrinas izquierdistas que todo lo arreglan al calor de los tragos, sin embargo, su gobierno ha carecido de un proyecto integral que le permita hacer realidad al menos alguna de aquellas generosas promesas de campaña, en donde todo iba a ser gratis.
En lugar de abocarse a los objetivos de desarrollo, a los propósitos básicos de un proyecto de nación, se ha perdido en resolver el cómo gobernar con activistas y colectivos políticos, mientras buscan perpetuarse en el poder o al menos protegerse cuando el sueño se termine; y en vez de avanzar la verdadera substancia de alguna propuesta, se ha concentrado en la retórica de los cambios. Se trata de un gobierno que no sabe hacia dónde va, por lo que no ha conectado objetivos con ninguna estrategia. El resultado es un resbalón tras otro y una creciente pérdida de energía que bien podría llevarlo a naufragar.
A más de 600 días de iniciada la actual administración, lo único evidente hasta hoy es hacia donde pretende llevar al país ideológicamente. Sus objetivos de desarrollo son inexistentes, y menos aún los medios. Una cosa es definir grandes objetivos, y otra muy distinta es organizar las fuerzas gubernamentales y a la población en general en torno a esos propósitos. Sobre todo, si se enfrenta a una población cínica, aburrida ya de tantas promesas, saturada de expectativas insatisfechas, y que en su mayoría ...no votó por ella.
Hoy, la presidente Castro tiene dos opciones fundamentales. Una es la de proseguir con ese discurso destructivo, obsoleto y aburrido, que provocaría lo que ya hemos visto, que los funcionarios gubernamentales inexpertos sigan la inercia propia de cada secretaría, avanzando sus objetivos de la peor manera posible; con lo que Honduras marca un verdadero retroceso en su historia.
O la alternativa, romper con el pretérito oscuro de una vez por todas. Pero no emitiendo juicios ni diseccionando los males de ese pasado en busca de venganzas que destruyen la unidad nacional y el desarrollo económico de Honduras, sino inaugurando una nueva forma de gobernar.
En lugar de ser tan caótico, desordenado y destructivo, el gobierno de la presidente Castro podría ajustarse estrictamente al principio de legalidad y transparencia que tanto predica; en lugar de sustraer fondos del Banco Central de Honduras para su propia agenda, el gobierno podría dedicarse a preservar la estabilidad económica como un valor superior; y en lugar de torcerse ante la disyuntiva de abrir el pasado o dejarlo donde está, este gobierno debiera dejar esa consigna política y despolitizar la justicia de una vez por todas.
El principal vicio hoy de nuestro sistema político reside en la arbitrariedad en el uso del poder. Si Castro quiere romper con el pasado, debe acabar con esa arbitrariedad milenaria. Es entendible que su proyecto no podía ser “más de lo mismo”, pero tampoco puede ser el de romper irresponsablemente con todo lo que el país había logrado.