Quizás me ajustaría para escribir un desenfadado libro de anécdotas sobre peculiaridades de los presidentes de la república que he conocido a través de este oficio; pero ninguna como la que vi en la tele del mandatario mexicano Manuel López Obrador: pidió a la gente reunida en un evento público que levantara la mano para decidir un proyecto millonario, y
¡zas! lo cambió.
Así ganó AMLO la presidencia, reinventando la retórica y el enfoque de una política mexicana desgastada, cuyos líderes políticos ahogados en corrupción enseñaban que México era un país desarrollado, de clase media, cada vez mejor, pero el ciudadano no lo notaba en su salario,
en su vida.
El fin de semana AMLO estuvo en la ciudad de Gómez Palacio, en el estado de Durango, donde lo recibieron con protestas por la construcción de un metrobús que los uniría con Torreón, estado de Coahuila; la gente, esperanzada, llevó sus pancartas de quejas a la reunión pública.
Entonces, propuso inusitado a todos una votación, que levantaran la mano los que estuvieran en contra del metrobús y a favor de que el dinero se invirtiera en proyectos de agua y un nuevo hospital: una gran mayoría; después, que hicieran lo mismo los que apoyaban el transporte: unos cuantos. Y cerró tajante: “Ya no hubo metrobús”.
Por supuesto, brotaron las críticas, que cómo un grupo de personas, sin análisis técnicos ni estudios previos, derrumbara un proyecto millonario de transporte. Pensando en el negocio, olvidaron que la sabiduría popular tiene prioridades: primero el agua, luego la salud, y después lo que sigue.
Por eso AMLO le cae mal a las viejas estructuras de poder y a sus compinches, les rompe los esquemas de corrupción, la ineptitud y el engaño. No falta quien lo acusa de populismo, ahora que el término se usa de forma peyorativa, para descalificar cualquier programa, de izquierda o derecha, para
los pobres.
Desde que asumió en diciembre pasado, no ha desarrollado una gran infraestructura, pero ha podido deshacer la agenda de las élites mexicanas que solo beneficiaba a unos cuantos, que envilecía y destruía sindicatos, esos que sirven para mejorar la producción y redistribuir las ganancias. Igual que nuestros países, México sufre una creciente desigualdad que enriquece a pocos y empobrece a muchos. El desafío es cómo generar más riqueza y distribuirla mejor. Las sociedades que tienen 1% de ricos, y solo 1% de pobres, que ni se notan en un abrumador 97% de clase media, pueden vivir en paz y tal vez felices.
Es probable que ciertos grupos de poder en nuestra región miren ceñudos a AMLO, como un mal ejemplo, como fue Mujica o Lula (encarcelado con trampas) porque no han comprendido que si los de abajo estuvieran bien, los de arriba no tendrían miedo. Les falta
leer sociología.