Ahora que las llamas han menguado tras la incendiaria reacción desatada por los resultados del Índice de Percepción de Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional (TI) del año 2023, que dejó a Honduras por tercer año consecutivo con 23 puntos de 100, es momento de esclarecer el verdadero significado de la lucha contra la corrupción.
En Honduras, durante más de dos décadas, se han gastado millones en combatir la corrupción; se han aprobado leyes y creado instituciones, ratificado convenciones y se han tenido misiones internacionales. Ciudadanos han hecho veedurías sociales, varias ONG se han especializado y empresas han desarrollado políticas internas. Todo esto ha sido importante y necesario; ha logrado mantener el problema en la agenda pública y, créanme, ha evitado daños mayores. Sin embargo, no ha sido suficiente. Honduras presenta el mismo resultado del IPC que hace 20 años. ¿Por qué? Porque todas estas acciones no han generado los cambios necesarios para provocar un sentimiento de justicia en la población.
El año 2015 marcó un hito en la lucha contra la corrupción en Honduras que ejemplifica mi argumento. No sólo fue el mejor año de la última década, sino desde que el IPC se inició en 1995. En ese año, estalló el escándalo del Instituto Hondureño del Seguro Social (IHSS), lo que provocó una movilización masiva en todo el país (marchas, huelgas, demandas de una comisión internacional anticorrupción). Fue una coyuntura en que la población logró poner en jaque a todo el establishment político, económico y social del país. Si bien conocemos el desenlace de esa historia, durante los meses de mayo a noviembre, cientos de miles de hondureños expresaron su intolerancia social hacia la corrupción. Se produjo un sentimiento colectivo de mutuo reforzamiento en donde un hondureño sabía que el otro no actuaría de manera corrupta debido al costo social que acarreaba.
Lo ocurrido en 2015 fue resultado de la acción colectiva, la verdadera clave del éxito en la lucha contra la corrupción. A diferencia del enfoque economicista “principal-agente” que por años ha dominado las recetas anticorrupción a través del control y las medidas punitivas, en la acción colectiva los valores sociales premian la integridad. Pero en sociedades donde la corrupción es sistémica, la movilización a través de la acción colectiva es un fenómeno atípico porque los beneficios de la corrupción en el corto plazo son más altos que los costos. La única manera de sostenerla es a través de los liderazgos en los niveles más altos.
Para finalizar, está científicamente demostrado que cuando se les pregunta a las personas sobre la percepción de corrupción, no se le viene a la mente un acto de corrupción, sino, la voluntad y capacidad de un gobierno de actuar de manera imparcial. En conclusión, la lucha contra la corrupción no se puede abordar simplemente atacando la corrupción o desmontándola.