Engels y Marx no fueron pioneros del término socialismo. Previo pensadores como Saint-Simon, Fourier y mayormente Proudhon estructuran el socialismo utópico, o sea, carente de base científica, nutriéndose más con anhelos por la justicia universal, la paz y la no explotación, particularmente de los bestias imperios, y el fin a las guerras, las que nacen por cuestiones económicas. Moro ya había inventado el vocablo utopía, al que se opone hoy distopía.
Por sus ideas se llama primer socialista a Jesús Nazareno, si bien la palabreja apareció inicialmente en el London Cooperative Magazine (1826) para referirse a una teoría, doctrina o práctica social “que propugna la posesión estatal de los medios de producción y su administración igual pública en pro del interés de la sociedad en general, y no a favor de clases o grupos particulares”.
Tras esas tesis arribó el concepto comunismo, que es “condición social donde no existen la propiedad privada de los medios de producción, el Estado ni las clases sociales”. Allí ningún humano expolia a otro, según el candoroso deseo de sus imaginadores, y se compite feroz contra el capitalismo (donde “el hombre explota al hombre y se apropia de la plusvalía obrera”), al que busca desaparecer.
El único proyecto de socialismo “real” fue el de Lenin, Trotsky y Stalin, viciado por este último, que se convirtió en dictador represor con bandera de izquierda. Los siguientes (Vietnam, el sanguinario Pol-Pot, Corea del Norte, otros) son vergüenza para la humanidad. A los primeros que ejecutó el Jemer de Camboya fue a los intelectuales. Stalin fusiló a unas doscientas mil personas y exilió en Siberia a otro millón. Ortega tiene encerrados a sus viejos comandantes, que incluso le salvaron la vida. Tales NO son socialismos sino su degeneración.
El socialismo del siglo XXI --al que ferozmente teme la ultraderecha-- debe reapellidarse y exhibir su real intención, que va más allá del modo arbitrario del modelo estalinista de la dictadura del proletariado, imposible en el contexto moderno --pues pregona la extinción del dinero, la religión, las clases, el Estado-- ficciones estas teóricas, y debe definirse por su profunda posición ético social. Esta, lejos de la rígida ideología (que empero jamás desaparece) debe concentrarse en planes inteligentes de avance humano, como ya hace China.
Si un gobierno recupera, para beneficio comunal, bienes naturales y productivos del Estado (ENEE, Banasupro, aguas, bosques, minas) y sin violentar la buena ley, eso es socialismo aunque no se titule así. Si consigue que los imperios respeten su política local y exterior y que la empresa privada entienda que no puede seguir lucrando con la obstinación medieval, semirreligiosa, que se le ha permitido, eso será moderno y humanista socialismo. Si se instala instituciones públicas en vez de figuras y personalidades egoístas, el socialismo será honrado. Y si, sobre todo, el peso de la aventura, de la expedición histórica, se centra en los ejes de la salud y la educación popular, a grados insistentes de desarrollo, este país empieza a ser otro, lo nombren socialista o no. El término no importa, sino la acción.
El hombre sólo conquista el mundo cuando le pierde el miedo al lenguaje.