En el siglo XIX hubo comunistas premarxistas, críticos de la nueva sociedad capitalista en que el trabajador quedaba a merced del frío cálculo económico de los dueños de talleres y fábricas.
Aunque es término despectivo, creían con optimismo que el progreso ayudaría al cambio social y a finalizar la terrible explotación nacida de la revolución industrial, consiguiendo al fin la regeneración moral de la humanidad.
Por su idealismo filosófico les llamaron utópicos y se les dio categoría de “proto socialistas” o “socialistas románticos”. Dada su ingenuidad Lenin los tildó más bien de reaccionarios.Saint-Simón fue el menos utópico, mientras que Fourier creó el “falansterio” (1820), que eran grandes espacios para 1,600 personas que laborarían la tierra y compartirían ganancias según su jornada.
Los utópicos propusieron la construcción de los canales de Suez y Panamá, defendieron a la mujer y al obrero e impulsaron el cooperativismo, siendo su final fruto el movimiento hippie nacido en 1966 en San Francisco.
Para el hippie hay que huir de la sociedad capitalista y construir una contra-sociedad libertaria y comunitaria basada en la igualdad, la fraternidad y la libertad. (leer Carlos Rama, Editorial Ayacucho).
Como sabe quien estudia previo a opinar, el sistema comunista jamás se logró en Rusia, China o la misma URSS y ni siquiera en los más osados (y crueles) como Vietnam y Cambodia.
Aunque Marx y Engels desarrollaron un sistema teórico al respecto, y a pesar de haber descubierto interesantísimas y valiosas leyes de operación de la sociedad, fue Plejánov quien elaboró su método científico valioso para estudiar las fuerzas de producción, cual es el materialismo dialéctico (más preciso que el materialismo histórico).
Pero entonces vienen distorsionadores de la política local y alarman que vamos en ruta al comunismo. Ah, cuán malignos (más ignorantes y propaganderos) pues lo que hacen exhibiendo máscaras de comunismo, izquierda y socialismo es desprestigiar el esfuerzo gubernativo para limpiar la sucia cara de la patria, desacreditar la imprescindible reforma, abogar porque la nación prosiga en el desastre en que la dejaron los conservadores neoliberales.
No sólo destilan rabia y frustración sino mentira pues a quién se le ocurre que en el siglo XXI pudiera ser posible eliminar la propiedad privada, el dinero, la iglesia, las clases y el Estado, como pensó el marxismo clásico.
O aplastar la libertad, como hizo Stalin.Luce que una legión de perjuros, propagandistas falsos e hipócritas fake-makers, defensores de lo reaccionario en la sociedad, cual catalogó Lenin, se lanzan a la pantalla para evitar lo indefendible, que es la honda, necesaria e imprescindible urgencia de corregir los profundos errores de la república.
No errores accidentales sino intencionalmente creados por el conservadurismo nacional que intenta sobrevivir a una nueva época de conocimiento y acción.
Las momias del cercano pretérito procuran coexistir a pesar de que hoy son negativas las condiciones --políticas, sociales, culturales y de conciencia popular- para su vigencia. La actual Honduras no puede permitirse, por el afán de estos bobos, regresar a la vulgar guerra fría del pasado.