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He seguido con cierta atención, la que me permite mi trabajo en la empresa privada, la discusión sobre el nuevo código tributario que está proponiendo el gobierno. No dudo de las buenas intenciones de mi antiguo estudiante Marlon Ochoa, tampoco de algunos empresarios que han hecho algunas observaciones mejorables a la propuesta.

Honduras es un país pobre, con una pobreza alarmante que se incrementó considerablemente en los últimos años. Hecho desconcertante sobre todo por las riquezas evidentes con las que contamos y que son la envidia de muchos países. No me refiero solamente a la carencia de medios económicos sino sobre todo a la miseria moral y a la pobreza de ideas y propuestas que contemplamos tristemente a todo nivel.

No dudo de las intenciones de la Presidente de generar más ingresos para dotar de educación, salud y seguridad a los hondureños. Sin embargo, con el debido respeto, no veo hasta ahora en las posturas del gobierno ni la sabiduría ni la competencia técnica o la madurez para llevar adelante un proyecto tan delicado como ha sido, desde siempre, el tema de la recaudación de impuestos.

Tengo que reconocer que mi desconfianza respecto a los fondos que los ciudadanos brindamos al gobierno no es gratuita. Somos uno de los países más corruptos del hemisferio occidental; tenemos abundantes casos tanto del gobierno como en la iniciativa privada que respaldan esta realidad. Evidentemente no podemos caer en el craso error de meter a todos en el mismo saco. Incluso me atrevería a decir que la mayoría de los hondureños queremos hacer las cosas bien, respetamos las leyes, nos levantamos un día y otro también para ganarnos el pan con el sudor de la frente.

Lo dicho hasta aquí no es algo nuevo. Lo sabía muy bien la presidente Xiomara Castro cuando protestaba en las calles de los desatinos de los gobiernos anteriores. Me parece que sacó buena experiencia de sufrir en carne propia la prepotencia y los errores a los que puede conllevar el poder cuando no son la sabiduría y el interés por el bien común los que dirigen los intereses de los gobernantes.

Cualquiera que me conozca sabe que no soy partidario en general por las posturas y los métodos usados por la izquierda para procurar el desarrollo de un país; fomentar la división entre ricos y pobres, inventarse enemigos para justificar comportamientos injustos, colocar etiquetas de clase que buscan simplificar realidades complejas, acudir al victimismo para evadir la responsabilidad de asumir las consecuencias de las propias decisiones...

Sin embargo, respeto la libertad que todos tenemos de pensar como queramos y procuro no caer en ataques personales contra nadie que piense de forma diferente. Como cualquiera, reconozco que en temas sociales existen muchas formas de afrontar los mismos problemas y que el derecho a la libertad es fundamental para convivir pacíficamente como sociedad.Salir de la pobreza no es solo cuestión de contar con más medios económicos.

En mi opinión, el primer paso para llevar prosperidad a nuestro país es vencer el sectarismo que fomenta la confrontación innecesaria. Hace falta un nuevo liderazgo que inspire confianza, que sepa escuchar a todos y recuerde las tristes consecuencias a las que nos condujeron las posturas cerradas y autoritarias.

Cuando vea estos signos de madurez de parte del gobierno, pueden estar seguros de que cuentan con mi apoyo para todas las iniciativas que planteen en favor de nuestro sufrido país.