Columnistas

Ayúdenme a confiar

Escuché en una ocasión que el político auténtico es aquel que sabe sumar para su causa a los que piensan de forma contraria. Así que veamos estas líneas no como una crítica sino como un ejercicio que tendrá que hacer en algún momento el partido de gobierno para impulsar las reformas que ven tan necesarias para nuestro país.

Hacer mención una y otra vez, con ocasión y sin ella, al golpe de Estado del 2009 y a los doce años de “narcodictadura” solo le encuentro dos explicaciones (si existen otras razones o estoy equivocado, por favor, ayúdenme a entender); o corresponde a una estrategia pensada por los asesores de la presidente Xiomara Castro para mantener vivo el caos y la polarización o se trata de la incapacidad de superar un resentimiento por el agravio (real o imaginario) recibido hace catorce años y que son incapaces de superar.

En cualquiera de los dos casos no estamos hablando de buenas noticias, ya que de los discursos del odio y venganza no puede salir nada bueno.

Me refiero a un posible agravio imaginario ya que en cualquier conflicto no existe parte completamente inocente. Tal vez estaremos todos de acuerdo en que las consecuencias indeseadas de aquel funesto 2009 se debieron a la ruptura de una cuerda que ya estaba en tensión desde mucho tiempo antes y que colapsó por la intolerancia de unos y la cerrazón de otros; simplemente fue la manifestación del fracaso de una clase política incapaz de encontrar acuerdos. Se cosecha lo que se siembra.

En política, como en la vida misma, con frecuencia los argumentos y las acciones que usamos, tarde o temprano, se vuelven en contra nuestra. El que hace uso de la violencia, las alusiones u ofensas personales no puede luego pretender mostrarse como víctima inocente cuando los demás le devuelven con la misma moneda. Incluso la ley misma -o una ley de justicia tributaria-, que debería estar pensada para fomentar la sana convivencia y la armonía, se puede esgrimir como arma para hacer daño y sembrar la desconfianza.

Es por esto que el único camino valedero y correcto para aunar los deseos y esfuerzos de todos detrás de un proyecto común de desarrollo solo puede estar cimentado en el respeto mutuo y en la búsqueda del bienestar de todos. Si el discurso de confrontación del gobierno respondiera a un resentimiento no superado la solución sería un poco más compleja pero no del todo imposible.

Personalmente en alguna ocasión experimenté estar preso de esta clase de sentimientos y les aseguro que no es nada agradable. El panorama se nubla, se pierde la objetividad y la vida se centra en encontrar, o inventar, razones para mostrar que se tenía razón. El momento luminoso aparece cuando se descubre que en esta vida no solamente hace falta estar en la verdad sino también cultivar un corazón que sabe comprender y disculpar; todos cometemos errores, los demás también pueden hacerlo.

Con esto no estoy haciendo apología a la impunidad. Aunque pueda parecer difícil o casi imposible, la madurez que pido al gobierno es la de dejar de lado ideologías que en nada abonan al desarrollo y les lleva a querer conducirnos mirando exclusivamente por el retrovisor. A nadie, ni al gobierno mismo, le conviene sembrar el odio y la división