En 1935 el portugués Antonio Egas Moniz efectuó una intervención quirúrgica en un chimpancé abriéndole dos agujeros en el frontis del cerebro, para luego inyectar alcohol. Lo llamó leucotomía haciendo que su popularidad entre psiquiatras diera a Moniz el Nobel de Medicina en 1949.La civilización más diestra en esa técnica había sido la Paracas peruana, con trepanaciones que libraban a las personas de espíritus malignos. En 1928 John Fulton hizo lobotomía a dos chimpancés con estrés y demencia: sobrevivieron y quedaron dóciles.
La palabra viene de “leuko”, que es blanco, mientras que “tome” significa corte. Moniz creía que ciertos desórdenes mentales podían ser curados rompiendo las zonas donde el lóbulo frontal del cerebro comunica con otras del encéfalo. O sea dañando partes de materia blanca del cerebro, (neuronas que se alargan para comunicarse con células nerviosas lejanas).
Este cirujano creía que era posible reducir la intensidad y frecuencia de los síntomas de los desórdenes psiquiátricos haciendo que todas sus funciones psicológicas en general decayesen. Se sacrificaba parte de la capacidad intelectual de cada individuo para acercarlo a la cura.
La propuesta de Moniz luce brutal pero tuvo acogida en la psiquiatría no freudiana. Por lo que en 1936 el médico Walter Freeman llevó ese tipo de intervención a EUA y, después de darle el nombre de lobotomía, la popularizó.
Freeman (que viajaba en una furgoneta, “el lobotomóvil”, y realizaba intervenciones en cuartos de hotel) aturdía al paciente con electroshock y en vez de perforar dos puntos del cráneo e introducir pinchos metía picahielos (punzones) en la órbita ocular, bajo la ceja, barriendo fragmentos de dichos lóbulos.
Como las heridas no eran profundas, el daño era bajo y a veces los pacientes ni notaban cambios. Pero su sistema nervioso quedaba marcado, así como su modo de comportarse y ver la vida. Freeman realizó dos mil lobotomías e hizo a su práctica una herramienta útil para pacientes con trastornos mentales graves (esquizofrenia, depresión severa, problemas de conducta, adolescentes desobedientes, ansiedad crónica, depresión con riesgo de suicidio). Era muy brutal pero la sociedad lo aceptaba.
Las personas lobotomizadas se tornaban tranquilas y acababan sus conflictos y problemas. En esa época, explica el psicólogo Adrián Triglia, director editorial de Psicología y Mente, “las personas con desórdenes psiquiátricos eran amontonadas en hospitales y a veces sometidas a violencia física o psicológica”. Seguían enfermas pero tras la operación “se notaba menos que estaban ahí. El problema quedaba solucionado en la ficción” hasta que aparecieron en el mercado las primeras generaciones de psicofármacos para desórdenes mentales graves, a mediados de 1950, que eran baratos, eficaces y sencillos. Entre 1950 y 1960 muchos países prohibieron la lobotomía (procedimiento que tardaba 10 minutos) y la URSS la consideró contraria al derecho humano.
Hoy se la observa como episodio bárbaro de la historia psiquiátrica y la ciencia. La última lobotomía legal se practicó en 1967 y aunque algunos la solicitan de nuevo para corregir mentes de políticos, la solución sería quizás más cara que la enfermedad.