Columnistas

Contaminación

Siempre he amado mi bella Tegucigalpa; con todo y sus peculiaridades de ciudad minera del siglo antepasado; para vivir, no la cambio por ninguna Nueva York, Madrid o Miami y en los últimos veinte años, su crecimiento con puentes a desnivel, hermosos bulevares y atrevidos “rascanubes” de hasta 25 pisos, nos hacen sentir orgullosos frente a nuestros vecinos centroamericanos, que, con excepción de la vieja Managua, siempre nos habían considerado un pueblón descolorido y aburrido.

Hoy los cientos de restaurantes de buen comer, los centros comerciales modernos con múltiples tiendas de variados productos, en su mayoría, para nuestro pesar, importados, pero, sobre todo, su gran cantidad de barrios y colonias bonitas con grandes arboledas que, para deleite de los paisanos, muchas ofrecen grandes cosechas de deliciosos mangos de propiedad pública que sirven para mitigar el hambre de más de algún parroquiano.

Esa es la moderna Tegucigalpa de acá, pero existe otra Téguz de allá, lejana, abandonada hasta de la mano de Dios, sin accesos, lodosa en invierno y espantosamente polvorienta en verano.

Sin embargo, toda esta mitad belleza mitad tristeza, sufre hoy en día de una peste peor que el covid-19. Esta es la agobiante contaminación ambiental que provoca parte del afeamiento visual que golpea la vista de propios y extraños al querer contemplar, por ejemplo, las bellezas que ofrecen nuestros coloniales templos religiosos, nuestros melancólicos callejones, nuestros microparques (porque mi capital es la única que no goza de parques recreativos familiares) y otros sitios que suelen despertar el interés o curiosidad de los pocos turistas que se aventuran explorando con curiosidad nuestros limitados parajes atractivos citadinos.

Con los años, las autoridades municipales, pero sobre todo la Empresa Nacional Energía Eléctrica y Hondutel, han permitido el uso y abuso de nuestros postes para la instalación de los cables de televisión, internet y telefonía. Los irresponsables (autoridades y proveedores de servicios) han permitido la acumulación de material conductor a tal extremo que muchos postes, por el peso de ese material en desuso acumulado, amenazan con caer sobre los ciudadanos. Lo peor es que las cableras por ahorrarse el costo de su retiro, las dejan enrolladas y colgados, afectando el ambiente. La Catedral, nuestro tesoro arquitectónico colonial, no puede ser objeto de una fotografía artística porque esos negros rollos de alambre cuelgan contaminando todos los espacios.

Ahora son las vallas publicitarias comerciales que la Alcaldía ha permitido colocar en las medianas de nuestros bulevares y anillo periférico, provocando un peligro grave latente porque las distracciones que provocan a los conductores de vehículos, que por ir “leleando” con celulares o leyendo a la carrera dicha publicidad, se exponen a estrellar sus autos contra los vehículos que circulan en frente, provocando accidentes, muchos mortales.

Qué triste mi bella Tegucigalpa, también tiene sus lunares que afectan su rostro. ¿Cuándo legislará nuestro eficiente Congreso para evitar esta contaminación?