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Del Estado laico al confesional

¿Qué se entiende por Estado laico? Aquel que no privilegia ninguna religión ni concepción ideal de vida, garantizando la libre expresión de todos. La función laica del Estado tiene como fundamento una visión según la cual la coerción política es ilegítima, proclamando la autonomía de la conciencia.

Pretende alcanzar una mejor convivencia al ordenar las actividades de los distintos credos, asegurando la igualdad de todos ante la ley, anteponiendo los intereses generales de la sociedad civil sobre los intereses particulares.

Laicismo: Concepción política que preconoce la separación entre la sociedad civil y la religiosa, de modo que el Estado no ejerza ningún poder religioso y la Iglesia ningún poder político. Trata de instaurar en la sociedad la neutralidad de los poderes públicos en convicciones morales y creencias.

Esta conquista lograda por Morazán al ser electo Presidente Federal de la República de Centro América, abolió el artículo 11 de la Constitución de 1824 que proclamaba como única religión permitida la católica, emitiendo en 1832 el decreto de libertad de culto.

El Jefe del Estado de Honduras, Herrera, actuó en consonancia con la disposición federal, lo que provocó que el Vicario Irías dispusiera asesinarlo, sin lograr su objetivo. Otro sector eclesial, encabezado por el padre Márquez, respaldó la subordinación de la Iglesia al Estado.

Durante la presidencia de Guardiola, quien negoció la devolución inglesa de Islas de la Bahía a la soberanía hondureña, se debió garantizar la libertad de cultos en el territorio insular lo que provocó el alzamiento armado de ciertos sacerdotes, decretando su excomunión (1861).

La reacción conservadora, a partir de 1839, restableció los fueros y privilegios eclesiales hasta 1871, cuando triunfó la Reforma Liberal guatemalteca, restableciendo la separación entre ambas entidades.

Al acceder al poder Soto se emitió la Constitución de 1880; en su artículo 24 estableció: “El Estado tiene el primordial deber de fomentar y proteger la instrucción pública en sus diversos ramos: la instrucción primaria es obligatoria, laica y gratuita. Será también laica la instrucción media y superior...”.

Las subsiguientes constituciones hondureñas han mantenido este principio, excepto la de 1965, pero la vigente (1982) lo restableció: “...La educación nacional será laica...”.

Empero, la influencia de las distintas iglesias en lo público ha ido progresivamente ganando espacios, incluso bajo gobiernos liberales. Hoy, el actual mandatario recién declaró que respalda la iniciativa del Congreso Nacional para que se lean pasajes de la Biblia en las escuelas públicas (El Heraldo, 26 mayo, p. 10).

Dicho sesgo favorable a tan solo una religión y un libro discrimina a otras al excluir sus textos sacros, así como a quienes no profesan ninguna creencia religiosa. Generará visiones maniqueas y excluyentes conducentes a la polarización ideológica de la población.

Es evidente que el Estado ha abandonado la conquista laica para adherirse públicamente a las evangélicas, cuya influencia y presencia en instituciones públicas es cada vez mayor, marginando a la católica, lo que provoca innecesarios resentimientos provocados por el abandono de la neutralidad en materia espiritual.

Estamos así ante un actual Estado teocrático que margina las reales causas de la violencia actual, la crisis moral y ética, la alienación colectiva, en tanto la corrupción crece y se consolida.