Columnistas

¿El bien común o el sálvese quién pueda?

La actual, cruel y devastadora epidemia ofrece dos alternativas existenciales para cada persona. Según la opción a escoger, así serán los resultados. Empecemos por definir los términos. De acuerdo con Michael Sandel, catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, el primero trata “acerca de cómo vivimos juntos en comunidad. Es referente a los ideales éticos que nos esforzamos por alcanzar juntos, los beneficios y cargas que compartimos, los sacrificios que hacemos los unos por los otros. Es relativo a las lecciones que aprendemos unos de los otros acerca de convivir una vida buena y decente”. El segundo se vincula con la supervivencia de los más fuertes y aptos, los menos vulnerables física, económica y mentalmente. El bien común es defendido por la mayoría de religiones, las corrientes ideológicas humanistas, que priorizan el todo social por sobre el individualismo extremo. El darwinismo social, nombrado así por el científico Charles Darwin que estudió la evolución de las especies, opta por el yo antes que el nos. Si el bien común promueve la solidaridad, el altruismo, la cooperación, el voluntariado, el sálvese quien pueda fomenta el egoísmo asociado con el narcisismo, la insensibilidad ante el dolor ajeno, la indiferencia ante el sufrimiento del otro. El estallido y evolución de la presente crisis, que trasciende lo meramente sanitario, para proyectarse hacia las esferas económicas, políticas, culturales, ha evidenciado, simultáneamente, ambas actitudes y estilos de vida por parte de quiénes se adhieren a una o a otra alternativa.

Unos proponen que lo fundamental es el rescate de los grandes capitales e inversionistas, proteger al mercado, razón de ser y principio y fin de la economía. Son los abanderados del neoliberalismo, doctrina por la cual el impacto en la colectividad es un daño secundario, colateral, inevitable para la supervivencia de la oferta y la demanda. Lo importante es proteger y rescatar, a costa del sector público, a los grandes propietarios e inversionistas en desmedro de los asalariados y trabajadores por cuenta propia. Al poner a su disposición nuestros impuestos, habrá eventualmente un efecto derrame que se filtrará hacia las mayorías, los de abajo. Esta ideología profundiza la desigualdad y concentra la riqueza y el poder en élites privilegiadas. La privatización de las empresas estatales para transferirlas a manos privadas, vía subastas amañadas y corruptas, es una estrategia clave. Las protestas y reclamos ante este paradigma deben ser silenciadas.

Otros, en cambio, sostienen que el todo social está por encima de las oligarquías, razonando que pensar a la inversa conduce eventualmente al suicidio colectivo, a la autodestrucción. Priorizan el gasto social en salud, educación, vivienda, cultura, comprendiendo que son inversiones altamente redituables que reducen el conflicto interclases. Aceptan el papel del mercado, pero sin elevarlo a la razón única y última del país, a la fuerza motora y rectora de la nación. Concluyen que los menos afortunados material y educacionalmente merecen no ser relegados a la mera supervivencia y debe otorgárseles adecuadas oportunidades de inserción y superación. Que no están condenados al olvido, la exclusión, la marginalidad, al poseer potencialidades que deben ser estimuladas.

Cuando eventualmente logre superarse la presente crisis, que es sistémica, estructural, ¿cuál de las dos tendencias prevalecerá? Ello dependerá de nosotros, de nuestra voluntad de continuar con las actuales condiciones o bien transformarlas, estabilidad o cambio, ser o no ser: ese es el dilema