Nunca es tarde para realizar algunas consideraciones sobre lo vivido, aunque esté repleto de adversidades, pero también de buenos signos para vencer la epidemia de covid-19; pues, cada momento, tiene tras de sí sus gozos y sus sombras. Lo importante radica en reflexionar sobre los desafíos que nos esperan en el futuro más inmediato y haber aprendido la lección acerca de nuestros combates internos y logros comunes. La desolación no debe ganarnos la batalla. Con buena voluntad y un diálogo sincero de todo se sale.
Quizás tengamos que tomar una mayor conciencia como raza creativa de lo armónico, aceptando las diferencias y siendo capaces de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás, así como de esperanzarnos en vivir en paz y en unidad, reconociendo nuestras propias miserias, para promover una cultura conciliadora que beneficie a la humanidad en su conjunto.
En efecto, conciliar y reconciliarse como linaje es un deber que debe ser fomentado por todos los países, bajo el anhelo de no tirar la toalla e implicarse solidariamente, en promover el crecimiento económico sostenido e inclusivo, la innovación y las oportunidades para todos, observando con ilusión los esfuerzos por suscitar la economía creativa; sobre todo en la instauración de empleo pleno y productivo, así como en trabajo decente, que es lo que realmente reduce la pobreza y activa la inclusión social, o lo que es lo mismo, la calidad de vida de las gentes.
Sea como fuere, uno ha de reconstruir su propio orbe, con la tarea de poner estribos para que nos saquen del pozo. Crear es la misión del género humano. Sin duda, hay que poner en escena ese ánimo alumbrador para todo, puesto que todo camina apagado y con mil achaques. Naciones Unidas, a través de su secretario general (António Guterres), hizo un llamamiento para que hagamos del 2021 un año de reacción a estos desórdenes, y así enhebrar el comienzo de su cura: “Sanación del impacto de un virus mortal, sanación de economías y sociedades rotas, sanación de las divisiones, sanación del planeta…”
Indudablemente, esta globalizada atmósfera enfermiza nos viene produciendo una tensión de consecuencias nefastas y una creciente desmoralización, hasta el extremo de faltarnos aire para poder respirar adecuadamente. Este sosiego que todos requerimos no es nunca un bien parcial, sino que envuelve a toda la especie pensante. De ahí lo sustancial que es perseguir de corazón el bienestar material y espiritual de los moradores. No puede ser privilegio de unos pocos.
En esa nueva vida, que en realidad todos nos merecemos, la mejor defensa es la de los débiles, máxime en un mundo cuajado y desbordado por las desigualdades, las injusticias, las discriminaciones; todo ello llevado al límite de lo más arcaico, la violencia y los atropellos. El mensaje más esperanzador, por consiguiente, será el empeño puesto en tratar a toda vida humana con dignidad. Ojalá aprendamos a entendernos de manera auténtica. Tal vez para ello tengamos que combatir con desvelo inventivo el virus de las falsedades y los mensajes distorsionados, con información confiable y veraz sobre el período que vivimos.