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El gran Argeo

Siempre tendré admiración por la enorme imaginación que tenía Argeo, originario de la aldea de mi madre, Santa Bárbara, de este municipio de Olanchito, pese a que no sabía leer ni escribir y no haber salido del valle. Murió hace varios años, en medio de la congoja de sus familiares, amigos, paisanos y de todo aquel ser humano que le conoció en vida. Quizás sus historias las alimentaba con los relatos de amigos y conocidos, además de lo que escuchaba en la radio y veía en televisión.

Llegó a afirmar que no volvía a trabajar a Canadá porque allí uno no podía ni orinar por el gran frío. En uno de sus viajes, decía, al orinar se le congelaba el chorro. De su falo salía un hilo de hielo. Esa vida no era para él, a pesar de la buena paga por sembrar árboles en zonas abiertas.

En otra ocasión afirmaba que al ejecutarse la reforma agraria en el Bajo Aguán, se cortó un árbol de centenares de años de vida, en el cual, al inaugurarse el proyecto de siembra de palma aceitera, el director agrario, el coronel Mario Maldonado, hizo una fiesta tan grande que en el troncón que quedó de dicho guanacaste se pudo instalar siete conjuntos musicales, 200 cajas de cerveza y una pista en la que 80 parejas de bailadores pudieron gozar hasta las cinco de la mañana.

En otra ocasión, el aviador local, Arnaldo Miranda (QDDG), quien por muchos años piloteó las avionetas de la bananera Standard Fruit Company regando el “veneno”, volando muy bajo, sobre las hojas de centenares de hectáreas cultivadas del denominado “oro verde”, se retiró cuando quiso, pues no había tanto requisito como ahora. Para ser piloto debe tener una edad de 25 a 35 años.

Argeo, en ese tiempo, era el ordeñador de unas vacas de Bichito Oseguera y el vuelo muy bajo de la avioneta espantaba a las vacas al momento de extraerles la leche. Por lo cual Argeo, con un mecate en mano, lleno de ira por tal comportamiento del aviador, decidió darle un escarmiento. Lanzó al aire el mecate y logró lazar de la cola a la avioneta amarilla de la bananera. “Allí la tuve como una hora, amarrada de un árbol de jamacoao, casi gasta toda la gasolina, y se fue hasta que le corté el mecate”, afirmaba Argeo, sin inmutarse y con una seriedad de cura de pueblo.

La última historia que supe es que mi cuñado, Quico, solo contrataba en su hacienda personas de edad avanzada (50 para arriba) porque consideraba que eran más responsables y dados al trabajo, en sí, descontaban el sueldo diario. Pero tuvo el error de contratar a Argeo, pues todos los demás compañeros de faena le hacían rueda para oír de viva voz sus interminables mentiras.

Toda su vida la pasó humildemente. Murió cuando quiso de vejez. A su sepelio, hace más de diez años, llegaron de su aldea de origen varios buses, de los amarillos, atiborrados de hombres, mujeres y niños. En el transcurso del velatorio, todos los presentes relataban las mentiras de Argeo, con algunos datos adulterados.