El malinchismo de ciertos hondureños

Estos malinches rabian que por la posición digna del gobierno peligra la cooperación y las remesas, pero si hay deportaciones masivas no habrá quien envíe dinero

  • 10 de enero de 2025 a las 00:00
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Todo comenzó con la amenaza repetida de Trump de expulsar inclemente a los inmigrantes, incluidos miles de hondureños; en su defensa, la presidenta Xiomara Castro avisó que si eso sucedía ya no tendrían sentido los privilegios que goza aquí Estados Unidos y revisaría los acuerdos, por ejemplo, la permanencia gratuita de su base militar en Palmerola.

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En cualquier país que se respete a sí mismo se esperaría que los ciudadanos se solidarizaran y respaldaran a sus compatriotas que allá lejos se matan trabajando para enviar ayuda a sus familias y -sin pretenderlo- apoyar la economía nacional, y estarían de acuerdo en que se recurriera a lo que sea para defenderlos. Pero aquí muchos prefieren defender la base estadounidense.

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El malinchismo lo define claro el diccionario: “Actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”, sumisos y subalternos. El nombre lo da Malintzin o Malinalli, la joven azteca ofrecida en esclavitud a Hernán Cortés, conocida después como Malinche, que lo sorprendió por su dominio del náhuatl, maya y sus variantes, y fue su traductora y pareja; los indígenas vieron en ella traición a su sangre.

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Muchos años después la Malinche o Doña Marina
-como le llamaban los conquistadores- fue recuperando su espacio en la historia, fuera de la traición; pero el término aún se utiliza para definir a aquellas personas con un inocultable complejo de inferioridad frente a los extranjeros.

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Tienen nombres y apellidos ciertos personajillos de la fauna política nacional y algunos empresarios sometidos a un entreguismo insuperable con los Estados Unidos, en su estrechez piensan -y lo dicen públicamente- que la justicia, democracia y la moral de esa nación es la mejor del mundo y no hay nada más; por eso, mencionar el cierre de la base estadounidense les parece sacrilegio.

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Desde luego, uno puede admirar pueblos y naciones que tras una notable adversidad o tragedia lograron prosperidad, como Estados Unidos, país de inmigrantes que con una revolución se sacudió el yugo brutal del imperialismo británico y se hizo potencia, pero sentirse inferior frente a eso es enfermizo; también tenemos nuestra propia historia.

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Trump también amenazó con apropiarse del Canal de Panamá y los panameños se unieron para defenderlo; lo mismo Canadá, que el magnate delira con anexionarlo a su país; o los daneses, inquietos porque les pretende quitar Groenlandia; si fuera en Honduras ciertos politiqueros opositores y pretenciosos “analistas” dirían que sí, que se los diéramos; es que los oigo diciendo que los gringos lo manejarían mejor.

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Estos malinches rabian que por la posición digna del gobierno peligra la cooperación y las remesas, pero si hay deportaciones masivas no habrá quién envíe dinero. Entre tanto, los hondureños emigrantes descuentan aprensivos los días para la toma de posesión de Trump y esperan que alguien plante cara por ellos y negocie con lo que tenga.

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