El 9 de octubre de 1781, en Choluteca, nació el prócer Dionisio de Herrera, quien ejerció el más alto cargo político en su Honduras natal, de 1824 a 1827, cuando el presidente federal Manuel José de Arce ordenó a Justo Milla capturar Comayagua, arrestar a Herrera y conducirlo prisionero a Guatemala.
Fue su secretario general, Francisco Morazán, quien organizó la defensa de la capital, incendiada y saqueada por las tropas invasoras, rendida a estas por la traición del español Antonio Fernández.
El sacerdote Nicolás Irías, vicario de la Diócesis de Comayagua, contrató sicarios para asesinar a Herrera, resultando ileso del atentado criminal. El discurso pronunciado por Herrera al instalarse la primera Asamblea Constituyente estatal es todo un plan de gobierno en que analiza realísticamente la condición existente en las diversas instituciones públicas, pero con fe y optimismo que las potencialidades de los hondureños y las riquezas naturales lograrán remontar la postración y desorganización administrativa.
“El Jefe del Estado que ha hecho el juramento más solemne de cumplir sus deberes en toda su latitud; que al hacer este juramento no hizo otra cosa más que satisfacer los votos de su corazón: que nada desea con más ansia que ver felices a los pueblos a quienes ha debido la mayor confianza y las pruebas menos inequívocas de su amor, ofrece de nuevo consagrar todos sus pensamientos al bien de la patria y coadyuvar a las miras benéficas de la Asamblea...”.
Su pensamiento ilustrado y liberal se refleja en esta y en otras piezas oratorias que dan cuenta de su condición de estadista, jurista, patriota y visionario.
En la circular enviada a los jefes intendentes advierte, al referirse a la Constitución Federal: “Estudiarla de día y meditarla de noche es el deber primero de todo funcionario público, que está obligado a cumplirla religiosamente por su parte; y hacerla cumplir a los demás ciudadanos. Estos deben, por la suya, saber cuáles son los deberes que la Ley les impone, con respecto a la sociedad y a todos sus miembros para practicarlos, y los derechos que les concede, para saberlos gozar y defender”.
Fue hasta cuando Morazán, al frente del Ejército Aliado Protector de la Ley, capturó la ciudad de Guatemala, bastión de la oligarquía conservadora, en 1829, que Herrera recuperó su libertad. También en Nicaragua ocupó la titularidad del Poder Ejecutivo, de 1830 a 1833, debiendo hacer frente a la guerra civil de aquel Estado de la Federación, logrando conciliar a las partes en conflicto.
Acompañó a otro morazanista, Joaquín Rivera, entre 1844-1845 en el intento por restablecer la unidad de la ya desmembrada República Federal, balcanizada a partir de 1838 al prevalecer el separatismo y la fragmentación. Tal iniciativa fue derrotada por Francisco Ferrera, quien ordenó el fusilamiento de Rivera.
Siendo de una familia criolla acomodada, los últimos días de su vida, sumido en la pobreza y transcurridos en El Salvador, los dedicó a la docencia, impartiendo sus vastos conocimientos a niños y jóvenes. Expiró en San Salvador el 13 de junio de 1850.