El traje nuevo del ministro

En Honduras, la crisis de confianza en los funcionarios públicos alcanza un nivel alarmante. Parece que muchos de ellos han caído presa de un espejismo de eficacia, alimentado por la adulación de su círculo cercano

  • 24 de diciembre de 2024 a las 00:00
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En Honduras, la crisis de confianza en los funcionarios públicos alcanza un nivel alarmante. Parece que muchos de ellos han caído presa de un espejismo de eficacia, alimentado por la adulación de su círculo cercano. Es el mismo fenómeno que nos recuerda el clásico cuento de Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”, donde un monarca arrogante y vanidoso se deja convencer de la existencia de un atuendo invisible, temiendo admitir la verdad: que está desnudo.

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En la versión moderna y política de esta fábula, el emperador es un ministro hondureño. Rodeado de asesores, amigos y simpatizantes que, ya sea por conveniencia o miedo, no se atreven a cuestionarlo, vive convencido de que está haciendo un trabajo ejemplar. Los problemas estructurales del país -corrupción, ineficiencia, nepotismo- pasan desapercibidos, envueltos en un tejido de excusas y justificaciones. Si alguien se atreve a señalar los errores o a exigir transparencia, el emperador responde desde las redes sociales con ofensas, descalificaciones o un lamento sobre los “doce años de dictadura”.

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Esto no solo es un defecto personal de algunos funcionarios que tuvieron que aprender a trabajar -me refiero a aquellos que nunca habían tenido esa grata experiencia-; es también el reflejo de una cultura política que premia la lealtad ciega y castiga la crítica honesta. Mientras los seguidores del emperador aplauden y repiten las mismas frases vacías, los problemas reales del país permanecen sin resolver. La falta de infraestructura, el colapso del sistema de salud o el desempleo no se solucionan con hashtags ni con discursos cargados de insultos o victimismo.

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El papel de las redes sociales en esta dinámica es particularmente preocupante. Lo que podría ser una herramienta para conectar con la ciudadanía y rendir cuentas, se ha convertido en un escaparate de vanidad. En lugar de asumir responsabilidades, algunos funcionarios prefieren recurrir al ataque personal, bloqueando a sus críticos y rodeándose de una burbuja de adulación digital. Como en el cuento, nadie en su entorno tiene el valor de decir: “señor ministro, no hay traje, usted está desnudo”.

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La ciudadanía, al igual que el niño en la fábula, tiene el deber de señalar esta desnudez. Sin embargo, también es evidente que no basta con denunciar. Se necesita una reforma estructural que premie la competencia y castigue la mediocridad, que fomente la crítica constructiva en lugar de la mansedumbre. La transparencia y la rendición de cuentas deben ser pilares de una democracia funcional, no meras palabras en un discurso.

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Mientras los emperadores sigan desfilando con su traje invisible, Honduras seguirá atrapada en un ciclo de frustración y desconfianza. Solo cuando los ciudadanos se atrevan a exigir la verdad -y los funcionarios a escucharla- podremos romper con esta dinámica destructiva.

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Es hora de que los emperadores bajen del pedestal y se enfrenten a la realidad. El pueblo merece algo mejor que promesas vacías y espectáculos de vanidad

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