Luego de una tregua, hasta el 1 de marzo, acordada en la reunión del G20 de Buenos Aires, las dos primeras economías globales retoman el conflicto, con más virulencia.
En respuesta a la decisión de Washington de subir aranceles en US$ 200,000 millones a productos chinos, Beijing anunció otros por US$ 60,000 millones para bienes estadounidenses, son productos que, desde el 1 de junio, serán gravados con tarifas de entre 5% y 25%. Luego, EE UU publicó otra lista de productos que podrían ser gravados con el 25% por un total de US$ 325,000 millones, aunque la decisión no está tomada. EE UU exportó en 2018 por US$ 120,000 millones a China, e importó por
540,000 millones.
Este déficit de US$ 420,000 millones es el invocado por Trump que reclama a Beijing que aumente sus compras para equilibrar la balanza, que tome medidas para “proteger la propiedad intelectual”, para eliminar la transferencia forzosa de tecnología y que permita el acceso a los mercados financieros chinos, entre otras cosas.
China, por su lado, pretende que “se alineen con la su posición general de reforma y apertura, y la necesidad de desarrollo de alta calidad”. Trump, y su homólogo chino, Xi Jinping, se reunirán el mes próximo en Osaka durante la cumbre del G20.
Entretanto, el resto del mundo se prepara para una desaceleración del crecimiento global dado un conflicto con una escalada más dura y prolongada. “Las iniciativas arancelarias estadounidenses… van a causar mucho daño autoinfligido…”, dice el periódico chino The Global Times. Y desde la televisión estatal aseguran que China “convertirá la crisis en una oportunidad”.
Ahora, estos temores estarían justificados si fuera cierta la primitiva teoría mercantilista, según la cual, la riqueza de un país depende del comercio. Cuando, en rigor, depende de su producción y, sobre todo, de su creatividad: desarrollo tecnológico y científico. Y para maximizar esta creatividad y producción lo único necesario es que la sumatoria de los millones de cerebros humanos trabajen, y se sumen, sin ser coartados por regulaciones e impuestos estatales.
En definitiva, lo que enriquece a un país es la libertad de su mercado interno, y no las condiciones externas, ya que la creatividad, precisamente, sirve para saltear obstáculos.
Así, no es el realmente la guerra entre EE UU y China la base de los problemas de la economía global, sino el aumento del peso y las regulaciones de los Estados sobre sus mercados, las personas. Así, como señalaba The Global Times, los aranceles a productos chinos -y viceversa- perjudicarán a quienes los tienen que pagar: los estadounidenses.