En las aldeas, pueblos y ciudades siempre ha habido estancos -también les llaman cantinas, pero éstas tienen distinto plumaje- a los que asisten cotidianamente borrachines o personajes de cada localidad con el fin de quitarse la goma o la cruda, como resultado de la borrachera retropróxima.
En este pueblo ha ocurrido lo mismo, pero con cierta trascendencia que va más allá de lo normal en relación a otros lugares. Cada estanco ha tenido su propia personalidad, al igual que sus habituales clientes.
Durante la segunda mitad del siglo pasado existían varios estancos (en su mayoría desaparecidos), de los cuales podemos mencionar el de Bolche, Catracho, el Yuyugo, Raulío y el de Fournier. Es de señalar con especialidad el denominado “Farmacia” la Salud.
Se vendía con preferencia tragos de aguardiente, aunque algunos parroquianos pedían bajo bajo cususa o chicha, por su bajo precio, aunque prohibida porque el Estado era el que distribuía -como especie fiscal- el aguardiente, producido en Yuscarán o en destilerías del valle de Sula.
Todos tenían sus clientes, algunos eran atendidos a toda hora. Se abría una ventanilla y allí se entregaba el farolazo. El denominado “Farmacia” la Salud tenía la mejor y variada clientela: borrachines, profesionales universitarios, profesores de la localidad y uno que otro estudiante del colegio local.
Además, tenía su propio decálogo que los parroquianos seguían al dedillo. El mismo fue creado por Roger Orellana Irías (QDDG), hombre de mucho talento desperdiciado, quien llegaba al estanco con amigos y compañeros, incluyendo algunos abogados de la localidad, a echarse uno que otro trago sin arrugar la cara al deslizarse cada bebida, para luego poner una pizca de sal y de limón en la lengua.
El estanco mencionado tenía la particularidad de estar ubicado a 20 metros de la esquina suroeste del parque central de la ciudad (de Olanchito, Yoro), a igual distancia del edificio municipal y a 10 metros de uno de los dos salones de baile más famosos de ese entonces y, donde se ubicaba una de las mejores cantinas: Salón Lux (el otro, el Salón Astoria).
El propietario de dicho estanco era Fausto Javier Castejón (sureño de Langue), casado con Gloria Ruth Taylor Calderini (originaria de Jutiapa, Atlántida), se asentaron en el pueblo, ganándose la simpatía de los pobladores de ese momento. El estanco contaba con dos bancas largas de madera, en donde descansaban los asistentes.
El decálogo escrito con marcador, en un cartón cuadrado de fondo blanco, colgado en la pared de bahareque, a la que le daba la espalda el servidor de tragos, decía:
1. No atacar en puerta (no pedir) 2. No chinear trago 3. No velar trago grande 4. No escupir en el piso, no arrojar (vomitar) ni hacer escándalo. 5. No fondear en las bancas, solo en la carreta. 6. No sentarse en el estante. 7. Limpiar (barrer) el cañal (estanco). 8. Colocar al cliente en la diagonal del parque. 9. Dar la gota (goma) con humildad y, 10. No pasar donde la “verguería”.