El siglo XXI ha relativizado la figura de los héroes, reduciendo, en muchos casos, el honor a contextos de otra época sin considerar que, para los ciudadanos, contar con ejemplos realmente confiables son puntos de referencia esenciales para la construcción democrática de una nación.Los hombres y mujeres latinoamericanos del siglo XX crecieron en el culto al interamericanismo, tan honesta y lealmente practicado que dejó honda huella en la historia diplomática del continente haciendo que la legión de próceres y visionarios americanos de uno y otro país sean tan familiares que sean vistos como una totalidad, mártires a los que se debe la patria de hoy y en cuyo nombre se prepara la nación del porvenir.
Por eso es fácil comprender la inmensa admiración que los peruanos sentimos por Miguel Grau cuya conducta -rica en solidaridad, honor, amor patrio- y ejemplo debemos recoger todos los pueblos de América.Su alma impoluta no conoció la negrura del odio ni la asfixia del rencor. Era implacable en combatir la injusticia e intransigente en defender la libertad y la soberanía, pero lo hizo noblemente por eso fue el “Caballero de los Mares”. A Grau se le puede describir con la frase de Martí: “En el mundo no hay más que una raza inferior: la de los que consultan antes que todo su propio interés, bien sea el de la vanidad, o el de la soberbia, o el de su peculio; no hay mas que una raza superior: la de los que consultan antes que todo el interés humano.”
Grau es parte de esa segunda afirmación. Fue un alma inquieta en perenne intranquilidad tocada de devoción por la patria y la familia. Lucía los destellos rutilantes del genio dispuesto a todos los heroísmos y capaz de todos los martirios, pero al mismo tiempo diáfano en la concepción de la idea, ordenado y pulcro en la estructuración de un plan, perseverante y cuidadoso en el acopio de detalles, emancipado de odios en la lucha, generoso en la victoria, de ahí el título “Caballero de los Mares” asociado a su nombre.Su muerte en el Combate de Angamos aquel 8 de octubre de 1879 dejó a las gentes estremecidas de dolor, no se podía creer que sucediese tamaña tragedia, sin que antes lo hubieran anunciado por lo menos, una tempestad de océanos, un rugido de volcanes, un bramido de huracanes, el cielo cubierto de luto y el Perú desgarrado llorando su desventura.
Así nació el misticismo popular por el “Caballero de los Mares” cuya alma pasaba a insuflarse en el alma colectiva de la muchedumbre.Fue una vida inquieta en perenne actividad tocada de devoción por la patria y la democracia. Ante la guerra inminente que enfrentaría a países que cincuenta y cinco años antes habían luchado juntos por la libertad de América, su afán de defender a su patria se convirtió en convicción que llenó su corazón hasta aquel fatídico día. En sus años mozos, cuando se trató de defender la ley y el derecho, supo afrontar con entereza el destierro, quebrantó prohibiciones abusivas, burló vigilancias y recorrió por mar muchos países, enriqueciendo su caudal espiritual, preparándose, sin saberlo, para el paso a la inmortalidad de aquel día.Al frente del monitor “Huáscar” produjo el asombro de la Historia, conduciéndolo de victoria en victoria, más allá de todas las posibilidades militares, porque además del gran táctico de la guerra, Miguel Grau fue un espíritu de fe, un líder para su tripulación, una esperanza para una nación.Las Repúblicas de América son hijas de la libertad. Su primer grito, el grito de recién nacidos, lo dieron proclamando su independencia política. Somos pueblos, más que hermanos, porque tenemos el mismo signo de nacimiento. En la fratricida Guerra del Pacífico, el Perú sufrió mucho, en intensidad y duración. Gracias al ejemplo de Grau su pueblo halló fortaleza de espíritu y engendró hombres representativos, orgullo de la inteligencia de América.
El Perú es, en el presente siglo, una indeclinable realidad de bravura, energía y acción que busca construir puentes de dignidad cívica en un mundo controvertido y complejo.Con piedra blanca, como en la antigua Roma, debería grabarse en los anales de la República el nacimiento de Grau a la inmortalidad ese 8 de octubre ante el que podría repetirse la frase globalizadora de De Maistre: “Esto no es un acontecimiento, es una época”. Vivirá en la inmortalidad de la gloria, mientras se yergan sobre su zócalo de rocas milenarias, firmes y majestuosas, las cumbres imponentes del Misti y del Huascarán, que parecen rendir una eterna guardia de honor frente al océano Pacífico, recordatorios supremos e innegables de sus ideales de honor y patriotismo.Miguel Grau, héroe en el Perú y ahora también en Honduras, adalid de la libertad, cuya vida plena de aventura y audacia, sale del marco de la edad en que vivió y evoca encarnaciones de otros siglos, escribió hace 143 años, una de las bellas sagas del Pacífico, en el cual cada caleta, punta y arrecife atesora una leyenda de valor, de ánimo extraordinario e inmarcesible. Su vida toda fue una estrofa bélica, rimada en el tono mayor de la epopeya y la tragedia.Saludemos en esta egregia fecha, con toda la elevación de nuestra fe, la memoria de Miguel Grau Seminario como precursor de una ciudadanía continental que se afirmará cada vez más a lo largo de los mares y tierras de América.