Opino que las mismas, al igual que el ingreso de soldados de la Marina de los Estados Unidos en 1924 y la invasión salvadoreña a Honduras en 1969 constituyen tres hitos en la formación de nuestra identidad colectiva, forjando una saludable toma de conciencia de carácter nacionalista, percatándonos que corríamos el riesgo de llegar a ser extranjeros en nuestra propia tierra. Triples acontecimientos que contribuyeron a forjar un sentimiento unitario, más allá de clases sociales, posición económica, nivel cultural, resumido en Honduras para los y las hondureñas.
Quien desee ahondar en la gesta proletaria del 54 lo remito a la obra del colega Marvin Barahona, “El silencio quedó atrás”; a las de Mario Posas y Víctor Meza, “Historia del movimiento obrero hondureño”; a la de mi autoría: “La gran huelga bananera, 69 días que estremecieron a Honduras”. Esta temática requiere de adicionales investigaciones e interpretaciones. En ese sentido trabajan el sociólogo Eugenio Sosa y su colega estadounidense Paul Almeyda.
El sacerdote Ismael Moreno concluye: “La huelga bananera de 1954 fue un paréntesis de oposición antioligárquica y antisistema, por haber sido el único movimiento social, popular y político que puso en riesgo no solo el modelo bipartidista, sino también el modelo político y económico oligárquico. Aún más, logró armonizar la necesidad de transformar las condiciones laborales y socioeconómicas, con una elevada conciencia subjetiva de los trabajadores organizados para impulsar cambios profundos en su sociedad”: (“La oposición antisistema que nunca fue: una deuda nacional con los huelguistas bananeros de 1954”. Envío, año 22, no. 77, mayo 2024, p. 1).
“La gran huelga (...) fue como una tormenta eléctrica que galvanizó la conciencia nacional. Treinta mil campeños se mantuvieron en paro por más de cuarenta días, desafiando a las poderosas fruteras y consiguiendo doblegar su rechazo a reconocer la organización de la clase trabajadora. Sorprendió comprobar cómo, sin previa preparación sindical y orillados a reunirse en la clandestinidad, los trabajadores demostraron tener sólida capacidad de lucha y madurez política, para la negociación. Sorprendió, así mismo, la enorme solidaridad con los huelguistas demostrada por el pueblo hondureño (...). Surgió así el movimiento sindical, de 1954 en adelante, y las reivindicaciones elementales de los obreros (derecho a huelga, a poderse constituirse en sindicatos, jornada de ocho horas, reconocimiento de horas extras y de vacaciones), se fueron incorporando en las leyes laborales que fue decretando el gobierno de don Julio Lozano hasta culminar en el Código de Trabajo en 1959, por el gobierno de Villeda Morales. La huelga del 54 abrió en Honduras las puertas a otros procesos democratizadores y el movimiento sindical hondureño llegó a afirmarse que era el más poderoso de Centroamérica”. (Marcos Carías, “De la patria del criollo a la patria compartida: una historia de Honduras”, pp. 267/268)