“La civilización del espectáculo” se titula el último libro escrito por el Premio Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, en el que, más que una crítica visceral, lamenta y deplora el declive de la cultura en el siglo XXI y su profanación por la carcoma de la frivolidad.
Pareciera sonar las alarmas sobre el peligro de la extinción de su clase, la intelectual, de la faz de la tierra, y su reemplazo por los voluptuosos traseros de las hermanas Kardashian, el embarazo de Paulina Rubio, la ruptura de la JLo con el cipote con el que vive, o por Messi, Miley Cyrus desnuda, o Cristiano Ronaldo.
El autor de “El pez en el agua” también le pone un epitafio al “amarillismo” de hoy en día como el “cáncer” del periodismo y a las redes sociales como la banalidad en su máxima expresión. Ya nadie habla de Shakespeare, Ludwin Van Beethoven, Wolfgang Amadeus Mozart, Albert Einstein. Ni siquiera de Mata Hari.
El mismo ensayo de Vargas Llosa pareciera autorresponder su preocupación sobre el genocidio de la cultura en los tiempos del Internet y las redes sociales, por cuanto sus congéneres, los intelectuales que aún sobreviven la embestida de la frivolidad, muy poco han escrito sobre su libro. Y su advertencia.
Y Honduras, es bien claro, no es la excepción. Basta levantarse –si quiere a las 4:00 de la madrugada-, abrir ciertas páginas en el Facebook o revisar los chats de algunos políticos y, a esa hora, se dará gusto leyendo los insultos, diatribas, mentadas de madre, especulaciones, descalificaciones, a cual mejor. Un lustrabotas o un cargador de volquetas es más culto que lo que usted ve en esas redes. Los detractores de Vargas Llosa, acérrimo defensor de todas las libertades humanas, han aprovechado, precisamente, las redes sociales para despotricar contra él.
Pero también hay críticas de intelectuales de izquierda, como el recién fallecido Umberto Eco, de la novela “El nombre de la rosa”, que son más punzantes que Vargas Llosa.
“Las redes sociales han dado la palabra a legiones de imbéciles que antes solo hablaban en el bar, con un vaso de vino encima, y no causaban ningún daño al colectivo”... Hoy, decía, “tienen el mismo derecho a la palabra que un Premio Nobel”.
*Periodista