La resiliencia de las remesas

En ensayos anteriores hemos insistido en que la compleja y variante división internacional del trabajo le ha asignado actualmente a Honduras el rol de país marcadamente remesero

  • 04 de septiembre de 2024 a las 00:00
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En ensayos anteriores hemos insistido en que la compleja y variante división internacional del trabajo le ha asignado actualmente a Honduras el rol de país marcadamente remesero. Hemos dicho también que previamente pasó por los roles punteros de país minero, bananero, cafetalero y maquilero.

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En el periodo reciente, no solamente tenemos a las remesas como principal fuente de divisas (55% del total) sino también, representando cerca del 30% del Producto Nacional Bruto (PNB) y casi el 27% del Producto Interno Bruto (PIB). Vale establecer que un país con economía abierta y pequeña como el nuestro suele tener un PNB inferior al PIB. Las remesas no nos resuelven la crisis, pero sin duda la alivianan. Si no tuviéramos tal magnitud de remesas, seríamos un desastre, realmente insoportable.

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En la coyuntura de alboroto político-electoral han surgido “pronósticos” a la ligera respecto a que habrá un declive debido a trastornos en la relación entre el gobierno hondureño y el de los Estados Unidos.

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La evidencia histórica demuestra claramente que los flujos de remesas familiares funcionan con una dinámica distinta a los sucesos políticos abrumadoramente ya conocidos por el público. Aun en la presencia de conflictos entre los gobiernos de ambos lados, las remesas han tenido y muy seguramente seguirán teniendo la suficiente resiliencia para seguir aumentando. Las remesas seguirán siendo señal clara de que en países como Honduras, la generación de puestos de trabajo y de oportunidades de superación continúa siendo, quizás, la principal deficiencia del sistema económico y político tradicional. Por supuesto, no faltan los tecnócratas, libertarios y neoliberales de fino antifaz socialista, que pretendan presentar el aumento de las remesas como un “éxito” de sus audaces políticas económicas y monetarias.

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En el fondo, lo cierto es que las remesas deben su resiliencia al sacrificio y rebusque de los migrantes en los diferentes países donde, fuera de los mecanismos formales, venden su fuerza de trabajo y alcanzan a enviar dinero a sus dependientes que, al final suman esos impactantes montos de tanta trascendencia micro y macroeconómica. La resiliencia de las remesas tiene su origen en la capacidad de los migrantes a sobreponerse de sus múltiples dificultades.

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Formalmente, las remesas son externalidades a los modelos económicos. Es decir, surgen más allá de los movimientos de los mercados de bienes y servicios previstos en el funcionamiento convencional de la oferta y demanda. Es inaceptable pretender “internalizar” esas externalidades desconociendo la naturaleza de esos flujos. Al provenir de las corrientes migratorias, los gobiernos de los países expulsores de población deberían de construir, al menos, una agenda de política exterior funcional y consistente frente a los países desarrollados receptores de esa población expulsada o no incorporada en las economías internas precisamente por la falta de actuación de los gobiernos de los países subdesarrollados.

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Entre tantas inexactitudes y enfoques incorrectos, no es cierto que los países receptores de migración le hagan “un favor” a los países subdesarrollados expulsores de población. Ambas economías (expulsora y receptora) se benefician de la mano de obra migrante. Obviamente, los expulsores con la llegada significativa de las remesas.

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