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La Sputnik sin entrada a Europa

No es que todos queramos -podamos- ir a Europa, pero más de 43,000 hondureños tienen cerrada la puerta solo por haberse aplicado la vacuna rusa Sputnik V, y aunque no haya planes de viaje, a nadie le gusta que le nieguen la entrada.

Muchos creen que la negativa europea de reconocer la vacuna rusa es un asunto geopolítico más que sanitario; además de negocio multimillonario para sus farmacéuticas y las estadounidenses, que controlan el miedo de los ciudadanos y la producción del fármaco, y obtendrán fabulosas ganancias al menos durante cinco años más.

Con el océano Atlántico de por medio y la poca información que llegaba de Europa, esa civilización no estaba entre las preferencias de los hondureños; a lo lejos parecía una sociedad áspera, fría, indiferente, con costos de vida impagables, en la que cualquier trabajador solo ganaría lo justo para sobrevivir allá, y nada para mandar acá.

Pero en las últimas dos décadas miles de nacionales descubrieron que podrían aprovechar, especialmente en España, algo más que partidos del Madrid o el Barça, o las canciones de Perales, y se fueron por montones, más mujeres que hombres; digamos que, mal contados, hay unos 180,000 hondureños en ese país.

Eso quiere decir que si aquí tienen, pongamos, a cinco personas cercanas: hijos, padres, hermanos, primos, amigos y uno que otro que se invita solo, potencialmente hay un millón que podrían ir a visitarlos, por eso los vuelos Honduras-España estaban en aumento, hasta que los interrumpió la pandemia; y ahora muchos son Sputnik.

Algunos hondureños en España han abierto “pulperías”, así entre comillas, porque es un lugar donde venden pulpo; otros trabajan en oficios domésticos, o cuidando personas mayores, o en la agricultura y, por supuesto, hay también en oficinas o en empleos especializados, y se reparten por Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, entre otras ciudades.

También hay una comunidad importante de hondureños en Italia -ciertas estimaciones dicen que 15,000- laborando en diferentes sectores; luego siguen los que viven en Inglaterra, Francia o Alemania, trabajando o estudiando, pero siempre imposible saber cuántos son.

En la desesperada carrera por la vacuna, Rusia aventajó a occidente porque hacía dos décadas desarrollaba una para el ébola, y solo la readecuó; y aunque la atacaron fuerte, se rindieron ante la evidencia científica de la Sputnik; excepto políticos conservadores de la Comisión Europea de Estados Unidos, que controlan la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y la OMS.

Más de 70 países, donde viven 3,700 millones de personas, han aprobado la vacuna rusa; en Europa solo Grecia, Hungría, Eslovaquia y algunos balcánicos; de modo que, si hay que ir por el viejo continente, habrá que esperar a que se caigan las telarañas, como aguardan los Sputnik de México, Brasil, Argentina, India, Irán, Emiratos, Filipinas, y tantos otros.