La Tasa de Política Monetaria (TPM) es un instrumento de política mediante el cual las autoridades bancarias envían “señales” al sistema bancario financiero para que disminuyan o aumenten las tasas de interés en línea con objetivos nacionales de regular la inflación o de impacto en la producción.
En las economías administradas profesionalmente, un descenso de la TPM se realiza en el ciclo recesivo del nivel de actividad económica. Por ejemplo, en la recesión de 2008 y 2009, la Reserva Federal de los Estados Unidos redujo la tasa de interés a prácticamente cero; de esa forma y con otras medidas, se logró recuperar paulatinamente la economía y revertir la gran destrucción de empleos que se dieron en miles de empresas, siendo emblemáticos los casos de las gigantes automotrices. La reducción drástica de la TPM fue sincronizada con fuertes inyecciones de dinero estatal, interviniendo y rescatando a los principales bancos. Algunos ultraconservadores llegaron a calificar de “comunismo” esa intervención por parte de las autoridades federales. Nada que ver. Similares medidas han dispuesto en su momento el Banco Central europeo y las principales economías asiáticas.
Por el contrario, la TPM es incrementada en el ciclo de expansión económica. Por ejemplo, en la reciente recuperación pospandemia, al ocurrir problemas en la producción debido a las cadenas de suministro y, al mismo tiempo, presentarse un exceso de demanda sobre la oferta que había conducido a una alta y descontrolada inflación. Entonces, las autoridades monetarias se vieron obligadas a contener la demanda para retornar reducir la inflación.
En otras palabras, subir o bajar la TPM dependerá del ciclo económico como instrumento para contribuir, junto a las demás políticas debidamente armonizadas, para retornar lo más posible el equilibrio. Eso podría resumir los alcances de la TPM. Entre las limitaciones, podríamos decir que un descenso de la TPM no garantiza reducir las tasas de inflación, puesto que, tal y como ocurrió en Honduras, con una baja tasa de 3% desde finales de 2020 hasta agosto de 2024, siempre hubo alta inflación en 2022 (10%). Tampoco funcionó el estímulo a la inversión y a la producción, manifestándose siempre alto desempleo y subempleo. El gobierno y el gabinete económico, en particular, no tuvo la capacidad de transmitir esa baja TPM a verdaderas tasas de crecimiento económico robusto. Hizo falta un manejo fiscal, racionalizando el gasto corriente y deteniendo los fuertes compromisos de la vieja y de la nueva deuda.
En el año 2005 estaba en un nivel de 7%. Luego, experimentó incrementos en 2006 y 2007 hasta llegar a su máximo histórico (hasta ahora) en julio de 2008 de un 9.0%. Para junio de 2009, mes del golpe de Estado, varios descensos la llevaron hasta un 3.5%. En los años siguientes, se decidió volver a incrementarla hasta llegar gradualmente a 7% en mayo de 2012. Se mantuvo en ese nivel durante 3 años, hasta que en 2015 y 2016 hubo descensos dosificados entre 25 y 50 puntos básicos para quedar en 5.5 a junio de 2016. Entre los años 2004 y 2007 se observaron las tasas más altas de crecimiento del PIB real, en este caso, mayores al 6%. En esos años, siempre hubo problemas de desempleo y pobreza, pero, menos asfixiantes que los experimentados en años recientes.
No debe elevarse la TPM en una economía estancada. Un aumento abrupto de la TPM sin plan de país significa cumplirle al FMI, pero incumplirle a la nación.