Columnistas

Los bordos de la corrupción

No seré infidente pues no citaré más nombres que el necesario, pero en la década de 1990, una tarde ingresó a mi oficina, muy molesto, un querido amigo que el tiempo de dios tenga brisando en mejores cielos, el ingeniero Horacio Medina, e incómodo me expresó estar dolida su dignidad.

El gobierno lo había nombrado miembro de la comisión encargada de mitigar daños en el Valle de Sula y a la segunda reunión él había presentado un plan de trabajo que solucionaría, en más que menos, las serias catástrofes que cada año se dan por inundaciones y roturas de bordos de ríos y afluentes hídricos incontrolados. Tras salir de la sesión -confesó- se había acercado otro miembro del consejo, buen colega, para espetarle categóricamente: “pones en peligro el negocio de muchos ingenieros...

Ese problema no se soluciona por falta de capacidades sino de voluntad”, con lo que Horacio comprendió que había tocado el alma, involuntariamente, de la mayor irresponsabilidad histórica ocurrida en el Valle de Sula.

Ausente él para que refute o respalde, confía, lector, en mi palabra.

Fuera de anécdota, cualquier experto en ciencias hidráulicas reconocería que el principio básico de arreglo para el problema es elemental.

Ocurren ciertas aguas que sobrepasan su vados y riberas e invaden terrenos productivos, por lo que la tecnología tiene que asegurar su embaule, es decir su orientada dirección, adicional a otras obras de alivio igual imprescindibles.

Cuáles los detalles, las técnicas constructivas, resistencia de materiales, orología, geografía e hidrología, cuánto cuesta y tarda y hasta qué grado registra seguridad el proyecto, ah, esa ya es otra historia a la que se dedican los productores de estudios especializados y que sobran en el orbe, particularmente en Países Bajos. Fuera de lo mecánico -en que somos legos- importa la concepción histórica del problema. La “llena” o inundación más lejana que conocí fue en 1954, cuando mi padre me llevó, con diez años de edad, a contemplar un mar.

El mar monstruoso y mayestático del Chamelecón besando las cuadernas del puente de hierro, imparable, devorando con su liquidez tierras, pueblos, sembradíos y plazas; arrasando la obra material y por ende las esperanzas y la ilusión, reduciendo a limo y lodo pasado, presente y trozos de futuro, toda una conmoción humana de dolor.

Esa pena era insuficiente para los ambiciosos encargados de superarla. Igual que cuando el huracán Mitch altas señoras de la sociedad, como pobretes, se robaban las finas viandas remitidas por naciones europeas (jamón, mantequilla, prosciutto) -pues “a los indios incluso les va a doler la panza”-, así similar se ha detenido esta protección contra daños y catástrofes naturales por décadas, o siglos, sin importar su sacrificio y dolor.

Y si sigues por allí, lector, descubrirás cuán cruel es la codicia políticamente inducida ya que saquearon a la JNBS en la era liberal, al Ministerio de Educación con el lapizaso cuando los nacionalistas, luego el lechazo, Ciudad Mateo, el directo robo al IHSS, las jugadas corruptas de vacunas, mascarillas, hospitales móviles, jeringas, deja de sumar, el expolio es brutal y bestial y es tiempo ya de contenerlo. Aquello que no se salva hoy se extingue mañana.

Tags: