Los precandidatos y los trastornos

Ahora que comienza el hervor político y los principales partidos presentan planillas para las elecciones primarias, hubiera bastado una prueba psicológica básica para que muchos quedaran fuera y quizás algunos hasta con tratamientos

  • 15 de noviembre de 2024 a las 00:00
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Si alguien pretende sacar una licencia de conducir, deberá someterse a un examen psicológico; lo mismo será por un irreprochable permiso de portación de armas; o si aspira a un trabajo de oficina y hasta para estudiar Arquitectura en la Universidad Nacional; pero si quiere ser presidente de la República, diputado o alcalde no es necesario.

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Hace tiempo se habla -sin lograrlo- de que los políticos se sometan a un examen psicológico, cuando menos, para garantizar a los ciudadanos que los futuros funcionarios públicos y dirigentes del país no se balancearán entre disparates y tropelías.

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Ahora que comienza el hervor político y los principales partidos presentan planillas para las elecciones primarias, hubiera bastado una prueba psicológica básica para que muchos quedaran fuera y quizás algunos hasta con tratamientos.

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No se necesitan expertos para detectar en varios de los aspirantes preocupantes psicopatías, inestabilidad emocional e inocultable desequilibrio mental, que exhiben impúdicos y desvergonzados en redes sociales y medios de comunicación.

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Probablemente, si preguntamos a cualquiera que nos dé el nombre de un político con personalidad narcisista, no dudaría; tampoco tendría problemas para encontrar un obsesivo compulsivo, un paranoico, un esquizoide, un histriónico y hasta alguien con límite de personalidad, ese que no controla sus emociones, impulsivo,
inseguro.

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Algunos estudios señalan que en las sociedades hay 1% de psicópatas, pero escandaliza porque entre directivos y dirigentes la cifra se eleva al 40%, según el psicólogo británico Kevin Dutton. Tampoco es para estigmatizar, pues hay psicópatas de “cuello blanco” o integrados, incapaces de matar a alguien.

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Además, no todo problema psicológico es inhabilitante para ocupar un cargo, y sería injusto e ilegal descalificar a alguien porque enfrente una situación emocional diferente, un trastorno manejable, que casi nos incluiría a todos.

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Dejemos un párrafo para la megalomanía, que está asociada al poder: la persona sufre un delirio de grandeza, la creencia irreprimible y exagerada de su importancia, sus capacidades ilimitadas y conocimientos absolutos, y no hay razonamiento lógico que lo hagan entender lo contrario. Claro que hay diferentes niveles.

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Esto nos lleva irremediables al síndrome de Hubris, ese ego desmedido y sensación de omnipotencia, que la medicina resume: enfoque personal exagerado, excentricidades, desprecio por la opinión de los demás, confianza exagerada en sí mismo, imprudencia, impulsividad, superioridad, prepotencia. Seguro que habrá quien pueda ponerle nombre propio también a esta psicopatología.

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Como sea ya es necesario un filtro para que estos personajes y personajillos no salten de las redes y los medios a la política, porque sería sólo un chiste, si no fuera porque podrían tomar decisiones que nos afectaran a todos, como para recordar a Voltaire: el sentido común es el menos común de los sentidos.

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