Aunque la palabra y concepto de democracia data de siglos antes de la venida de Cristo, no es, sino a partir del siglo XVIII que empiezan a surgir movimientos que tienden a desarrollarla como sistema político, con principios fundamentales como libertad, igualdad, participación ciudadana, pluralismo, Estado de derecho, transparencia y respeto a los Derechos Humanos, entre otros.
En la actualidad, salvo algunas excepciones, la gran mayoría de países del mundo viven bajo este sistema político, considerado por algunos estadistas a lo largo de la historia reciente como un sistema con deficiencias, pero que es el mejor entre los sistemas de gobernanza que hasta ahora ha probado la humanidad. Sin embargo, no hay buenas noticias sobre el estado de salud de la democracia en el mundo.
El llamado “Índice de Democracia Global”, que publica anualmente el prestigioso medio inglés The Economist, muestra que apenas una veintena de países viven bajo lo que se considera una “democracia plena”. Esos países tienen una característica común importante: ninguno tiene gobernante autoritario.
En esos países, casi todos europeos –entre los que Noruega es el más democrático con 9.81 puntos sobre 10–, hay profundo respeto a los derechos ciudadanos, los poderes del Estado actúan con independencia entre sí, y se promueve el desarrollo social con apego a la justicia. Se podría decir que los mejores resultados los obtienen los países cuyos gobiernos son “del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, una frase que hizo famosa el estadounidense Abraham Lincoln.
En el siglo XX, principalmente en la región latinoamericana, las dictaduras militares presentaban una fachada democrática, maquillando farsas electorales para permanecer en el poder. Algo parecido a lo que ahora mismo vemos en Venezuela y Nicaragua, para tener ejemplos claros de lo que sucede y no confundir elecciones como sinónimo de democracia.
En términos generales, se consideran gobiernos autocráticos o autoritarios aquellos en donde los tres poderes del Estado se encuentran bajo control del presidente. Eso ocurre en Rusia, China, Venezuela y Nicaragua, para citar los más evidentes, aunque no únicos, en todo el mundo.
Estados Unidos, cuya democracia pierde puntos año con año en esta medición, ya no es el ejemplo de democracia que solía ser y, en 2025 seguramente caerá más, pues las acciones del presidente Donald Trump muestran que están bajo un régimen autoritario, aunque las instituciones siguen funcionando y se debaten en defensa de los principios y valores que antes predominaron.
En nuestra región, República Dominicana es el mejor calificado (6.62 puntos), mientras que Honduras (4.98), El Salvador (4.61) y Guatemala (4.55) resultan reprobados. En el caso de El Salvador, aunque hay un gobierno autocrático, este se sostiene por la respuesta favorable de la población a las medidas de seguridad que han dado resultado al presidente Nayib Bukele, gobernante con mano férrea y control de los tres poderes del Estado.
La explicación a este fenómeno de popularidad –algunos medios le han llamado “el presidente más cool y popular del planeta”– se puede explicar precisamente en las fallas que ha tenido el sistema democrático salvadoreño, como también en la mayoría de los países latinoamericanos.
El llamado “Latinobarómetro”, que mide la satisfacción de la democracia en la región, muestra que hay una tendencia de simpatía bastante generalizada a favor de los gobiernos autoritarios, pero ello se debe a que, en términos generales, la política tradicional parece haber sido alcanzada por un mal expansivo que se llama corrupción, que podríamos calificar como “el cáncer de la democracia”. Sin embargo, cuando el poder es absoluto, es imposible no ser contagiado con este mal.
Cada vez es más común ver a exgobernantes acusados o al menos señalados fuertemente por actos de corrupción cometidos. La política se practica sin principios y más bien se puede ver que cada día hay más “nuevos ricos”, después del paso de gobernantes y funcionarios por el poder, del que abusan sin importar en lo más mínimo el principio de gobernar “...para el pueblo y por el pueblo”.
Si partimos de la realidad que dice que “la democracia es el mejor sistema político que se conoce”, se debe poner atención en la forma en que se están atendiendo sus problemas de raíz.
Es seguro que en Noruega, Suecia, Islandia, Gran Bretaña, Irlanda, Portugal, Canadá, Australia y Nueva Zelanda –para citar algunas de las democracias robustas–, hay justicia social, un eficiente sistema de partidos políticos, la justicia es funcional, y los parlamentos trabajan con compromiso en la búsqueda de mayor desarrollo.
Para la mayoría de países, los retos en esta materia son enormes, pero en la medida en que no se enfrenten y resuelvan los problemas, el daño será mayor y, quizás, irreversible, para dar entrada a los nefastos regímenes autoritarios que, tarde o temprano, agudizan los problemas existentes.