No escapó Estados Unidos de la brutalidad del neoliberalismo -que paradójicamente impuso- y desde hace cuatro décadas la distribución de la riqueza fluye al revés, desde los más pobres y la clase media hacia los ricos, y esa inocultable desigualdad es una bomba de relojería. Por eso el presidente Donald Trump parece más ansioso y constreñido de lo habitual.
Cada estadounidense -desde bebés hasta ancianos- debe unos 95 mil dólares por la deuda externa en más de 36 billones, es la nación más endeudada del mundo. En inglés, un billón se refiere a mil millones -palabra heredada del francés- lo mismo en portugués, griego y turco; en español significa un millón de millones.
Pero a lo que iba, esa inmensa deuda, por la que se paga un billón de dólares al año, con intereses que superan el presupuesto de defensa, sufre una enfermedad crónica, grave: el gobierno gasta más de lo que recauda, y cada vez peor. En 2023 el déficit fue de 1.7 billones al año, que subió en 2024 a 1.8 y llegará a 1.9 en 2025.
Claro, la deuda de una nación no es como la de una empresa, que puede quebrar, o de nosotros, que morimos; los países siempre están ahí y pueden endeudarse más y más. ¿Cómo? Emiten bonos, subastan deuda. Por cierto, este año se vencen bonos por 9.2 billones de dólares que EE.UU. debe devolver a sus acreedores, tendrá que pedir prestado para pagar, zarandeando los mercados financieros, las tasas de interés y la estabilidad económica.
La nación prosperó casi todo el siglo XX y se presentó como potencia ante el mundo. Ufana destacaba una sólida clase media, no se notaban los poquitos pobres y unos cuantos ricos; el jactancioso “sueño americano” se exhibía en el cine, la música y en el discurso envanecido de sus políticos que intentaban imponer al planeta su sistema.
Ahora, la desigualdad aplasta al ciudadano, que vive molesto, rencoroso y asfixiado en deudas por la hipoteca de la casa, el carro, las tarjetas de crédito y los préstamos educativos. En este desasosiego, los demagogos como Trump encontraron una irresistible oportunidad de sembrar odios y cosechar votos, no culpando al sistema, sino a los inmigrantes, los negros, las mujeres, la diversidad, el medio ambiente, los demócratas y los gobiernos extranjeros.
Acaudalado como es, Trump se rodea de los más ricos estadounidenses y con ellos ha montado el gobierno bajo la promesa de que les bajará los impuestos, les devolverá las industrias, el capital y todo eso; pero la economía resquebrajada no se lo permite, el dinero no le ajusta.
Entonces, decidió despedir a los empleados del gobierno federal, cortar presupuestos a universidades, cerrar Educación, Salud, la ayuda extranjera; pretender adueñarse de Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá, y para más inri, iniciar la guerra comercial con aranceles que afectarán países, que responderán. También es cierto que hay un nuevo orden mundial, no como Trump había imaginado.