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Mi tío, ciudadano imperturbable

Mi querido tío, ya fallecido, Cristian, traía consigo un gen que ha venido manifestándose en varios familiares, inclusive en algunos de mis hijos. En la familia les llamamos frescos. No se inmutan ante nada. Son descuidados y no les preocupa nada en su comportamiento vivencial diario. Todo les vale un comino.

En cierta ocasión le pregunté a mi tío de un caso de su frescura. Desde joven se convirtió en obrero de la compañía bananera local. Nunca le despidieron, a pesar de que a menudo burlaba a sus jefes entregando constancias médicas falsas que obtenía entre doctores amigos o en la misma policía.

La feria de la semana cívica duraba una semana, era el tiempo que también él se dedicaba a chivear y a emborracharse. Al siguiente lunes llegaba por primera vez a nuestra casa, a las cinco de la mañana, a pedirle a mi mamá un lempira para irse a su campo de trabajo, El Cayo.

Murió de diabetes -gen que anda revoloteando en la familia entera- hace pocos años. Era simpático, buena gente, a nadie le hizo un mal. Tuvo varios hijos con varias mujeres, a quienes les brindó y apoyó aunque no viviesen bajo el mismo techo. Murió sin que le reconociesen los daños recibidos por el nematicida Nemagón.

En cierto momento, una joven muchacha del mismo campo donde vivía mi tío, entró en amoríos con él. Esta quiso domarlo, recurriendo a una santera de La Ceiba, que había venido de Belice. En la primera ocasión le leyó las cartas. En la segunda y tercera le recomendó un brebaje. Mi tío no respondía como quería la joven mujer. Al final la bruja le pidió una foto.

Al llevársela, al solo verla, la bruja, le dijo:

-Búscate otro novio, a éste no le entra nada, es un fresco.

-Pero hay otros más frescos, me dijo. Un amigo que vivía en Coyoles, casado, tenía una novia muy bonita en el campo de El Cayo. Una noche sabatina había una fiesta en El Cayo. Un chismoso le contó a la esposa del amigo que su marido andaba de cachetes embarrados en ese campo y que asistiría ese sábado a la fiesta. La mujer del amigo agarró taxi a las diez de la noche de ese sábado. Vio a su marido acaramelado bailando con la muchacha. Se acercó. Le tocó el hombro a su marido, llamándolo por su nombre.

-Señora, usted está confundida, busque su marido en otra parte, indicándole que bailaba con su novia, con quien se casaría el otro mes. Y no quiero tener problemas con ella.

-Pero tú eres mi marido, ripostó la señora.

-Ya le dije, búsquelo en otra parte, porque hay cinco caras parecidas a uno en el mundo.

Mi tío miraba el incidente y recurrió en ayuda del amigo. Sacó a bailar a la despechada señora, a quien agarraba por las nalgas, mientras el conjunto musical tocaba un bolero. Al amigo casi se le salían los ojos de sus órbitas.