Aquí también se incluyó como obreros bananeros a negros de distinta descendencia tribal, entre los apellidos de éstos se recuerda a los Guiti, Martínez, Cacho, Sacasa, Dolmo, Lino, Meléndez, Norales, Suazo, Herrera, Abaloi y a los Reyes. También sobresalen los de descendencia jamaiquina que trajo la empresa bananera para el manejo de las máquinas del ferrocarril, maestros para la construcción de puentes, mecánicos y para el control de las bombas suministradoras de agua de los campos bananeros y del riego por aspersión de torres de mayor altura, que la que lograban alcanzar las matas de banano. Convivían en franca armonía, en sus interrelaciones diarias con los ladinos-, se les decía como muestra de respeto “morenos” y, a las negras, con una expresión cariñosa “comitas”- y los migrantes ladinos venidos de lejos y de otros países (Nicaragua y de El Salvador, en su mayoría), conviviendo dos o tres familias en un mismo barracón. La mayoría fue despedida al eliminarse el transporte por ferrocarril, siendo sustituidos el servicio por contenedores con tráileres manejados por choferes locales. Gran parte del resto fueron jubilados o despedidos al empacarse la fruta en caja por mujeres en las plantas de embalaje, unos pocos se quedaron y varios de los retirados se dedicaron a la agricultura y ganadería en sus comunidades, hoy sus descendientes se fueron para Estados Unidos, otros crían animales domésticos, ganado vacuno o pescan artesanalmente. La mezcla de los negros mencionados en su desplazamiento de Trujillo, a fines de la colonia, a este lugar dio origen a varias generaciones, cuyos genes se mantuvo por largo tiempo, en su fisonomía, mentalidad, especialmente con gran arraigo en su pelo musuco, color y matiz diferente (más acentuado en unos y otros) y en el mismo modo de caminar dependiendo de su origen.
De esa manera, a los nacidos en la segunda y tercera década del siglo pasado se podía distinguir de cuatro a cinco modos de caminar y de su forma de ser, inclusive a varias familias, se les podía distinguir claramente por ello. Así tenemos, a los que les distinguía el modo de caminar ladeado y arrastrando los pies como que les pesaran demasiado. A estos se les llamaba “garretío”, eran los descendientes de aquellos que en su momento portaron los pies encadenados. Los de pecho ancho y canillas delgadas y cortas se les llamaba “negros canaleteros”, descendientes de los que empujaban las canoas con sus canaletes, los “pitoretos”, eran trompudos y dados a soplar trompetas -caracoles-, en sí, instrumentos de viento. A otros se les denominaba “negros de argolla” -se distinguían por contar con un cuello largo y de nariz muy ancha y, los “bullangueros”, que tocaban y sacaban tonos musicales muy alegres de cualquier cosa: tabla, latas vacías, tambores y otros, casi siempre moviendo el cuerpo y los pies con gran ritmo. Por cada modo de ser de las características anteriores, se mencionaban los nombres de los descendientes negroides que todavía vivían en los sesenta y setenta del siglo pasado.